sábado, 19 de enero de 2008

Aun por encima




El mejor insomnio es el intencionado y mejor aun si quien lo suscita no es la soledad.

No hay que confundir pasar la noche despierto con este tipo de insomnio; aunque siempre atractivo, a trasnochar le falta ese elemento de riesgo, ese poner en peligro alguna eventualidad de mañana. Al trasnochador vulgar le acomete ocasionalmente un tipo de ceguera psicológica que le hace ignorar el paso del tiempo, por lo tanto toda su exposición es inconsciente y carece de heroicidad, así y del mismo modo el insomne forzado, pues aunque a sabiendas no sería capaz de hacer otra cosa. Por eso el insomne voluntario es la elite de entre los noctámbulos, porque ama por encima de todo al presente y asume sus ojeras con orgullo.

Y mejor es si al permanecer despierto lo hacemos en ciudades que no son las nuestras y si lo son, es porque lo fueron; mejor si la ciudad huele a mar, aunque llueva un poquito; a plan imprevisto, a prometedora calle de lo que sea; mejor que huela a martini rojo, que huela a mis amigos.





Un gallego sin dormir puede cometer insolentes atentados contra la nevera, aumentar las estadísticas comerciales de las camareras o poner en peligro la reserva nacional de ducados. Uno de Madrid si no duerme luego ni siquiera puede abrir la boca para lamentarse. Pero merece la pena si el tiempo es compartido y se gasta en hablar de lo mal que lo hacen los demás o en elaborar proyectos que podrían hacer hablar a los demás de nosotros. Este gallego nos ha proporcionado otra ciudad que echar de menos, un puñado de chistes todavía sin escribir y tres días para rememorar en cualquier conversación.

No voy a decir que es una ciudad incomparable, mas porque una cortina de lluvia nos dejó apenas entreverla, pero si existiera un "a la larga" diría como María que La Coruña es una tía buena pero Vigo es con la que te casas. A Silvi le entró por el ojito derecho nada mas aterrizar, apenas nos terminamos los primeros calamares ya tenía planeado ganar la primitiva para hacerse vecina de "El Calvario", espero que no le toque porque nos tendríamos que mudar todos a Vigo. A Santi creo que le entró por las costillas.




María nos sufrió hasta altas horas de la madrugada sin una queja, como Nicolás y Lola, a los que alteramos el comer, el descanso, sus idas y venidas. Nico nos miraba curioso y cándido con sus grandes ojos amarillos sin atreverse demasiado a simpatizar con los desconocidos mientras la Lola, toda paciencia, dejaba que la acariciáramos por turnos. Nico parece un cartoon, lo primero que pensé nada mas verle fue convertirlo en un comic, y lo haré, lo he prometido.

No sé como les habremos caído al resto, a Felix y a su novia que se van a casar, a Berto con su enciclopedia musical a cuestas, a la otra María que nos enseñó unas cuantas frases de supervivencia en japonés por si se diera el caso de enamorarnos momentaneamente de una japonesa, a Lorena que nos rescató de un terrible aguacero para conducirnos a la tasca que sirve la mejor tarta de la abuela del mundo... a todos ellos un abrazo muy grande.

Destacados e imborrables. El pueblo de Galicia donde los pisos cuestan ochenta millones de las antiguas, Panxon, la playa que no tiene la ciudad. El Vigo modernista, el sireno, el gusano de arena, el cajero para automóviles, el cristo pajero... pero sobre todo las trufas más ricas del mundo, los merengues mas grandes del mundo y la puerta de garaje mas bonita del mundo.





Y el Máis Palá, la cafetería mas chula del mundo, su heterogénea decoración te atrapa antes de alcanzar la barra para pedir una copa, continúa la fascinación de su escalera inaccesible para los anchos de estómago, la preciosa planta de arriba, con sus diferentes cuartos de diferentes aires, sus tableros de ajedrez, los sillones de peluquería y los comics empapelando las paredes. Si tuviera que elegir un lugar donde vivir en Vigo sin duda elegiría la planta de arriba del Máis Palá, dudaría en encontrar un lugar para dormir pero nunca habría tenido tanta gente en mi habitación.

Sí, sí, y La Iguana Club, mítico, y todos los que faltan, todos los que no conozco y todos los fines de semana que necesito.

Si viviera en Vigo tendría un bar, si quisiera tener un bar, al menos me gustaría beber en él, se llamaría: Aun Por Encima.

miércoles, 9 de enero de 2008

No alcanza, aguarda...


Era viernes, después me llamó C. y fuimos al cine. Supuse que ya había transcurrido el lapso de tiempo necesario para alentar una respuesta. Existen periodos patológicos donde medra tanto la imagen de lo anhelado que nuestra mirada llega a prescindir de la realidad, y aunque no un alivio sí al menos en ese momento nutrir la expectativa suponía retener un poco de seguridad o de certeza. No me gusta hablar por teléfono, siempre me pongo muy nervioso. Empecé a hacer preguntas contestándome yo mismo. La pobre mujer se encontraba ante un desconocido que no hacía otra cosa que balbucear y excusarse todo el rato tratando de averiguar como contactar con su hija; obvio que cada fibra de su sentido común le aconsejaba no darme la información, pero por lástima, o tal vez por contagio, no era capaz de negármela directamente y buscaba cualquier pretexto para eludir responderme. Al minuto resultaba tan incomodo que nada mas formular una pregunta casi prefería que no me contestara, cuando comentó que estaba trabajando en el paseo de las delicias no quise proseguir con mi interrogatorio. -Bueno, dígale que la he llamado. -Claro, se lo diré.

Caminaba hacia la biblioteca, justo en la dirección opuesta, con la mochila cargada de libros, pero si no lo hacia aquella tarde a buen seguro no lo haría nunca. La calle no es difícil de encontrar, mas teniendo en cuenta que una semana antes había bajado hasta allí para comprar un nuevo móvil. Pensé en bajar toda la calle por la acera de la izquierda y luego subir por la otra. Buscaría en algún café, eran mis últimas noticias, aunque resultaba bastante estúpido pensar que continuara trabajando en el mismo sitio después de todo aquel tiempo; además recordaba como alguna vez lamentó lo alejado que estaba de su casa y en esta calle no serían mas de dos pasos. Presumí que la madre equivocó las señas con las de su antigua vivienda, no obstante ya estaba hacia el final de la calle y de todos modos tenía que regresar. Regresando más abatido, maldiciendo más mi falta de habilidad para obtener respuestas de las preguntas, más obstinado en comprimir la vista para instalarla más allá de los escaparates de los comercios, por si de casualidad se hubiera cambiado a peluquera, dependienta, a no sé... de esa calle. ¿Qué quedaba si no? El silencio de una despedida inarticulada? El recurso de una carta sin un destino convincente? Una carta para una lectora fantasma, una carta para mi.

Luego de una plazoleta donde juegan los críos en los columpios el paseo se reintegra de nuevo a los edificios, al amplio escaparate de una zapatería deportiva y en seguida a las lunas de una de esas cafeterías fabricadas en serie donde por inercia me detuve a escrutar desde la calle a cada una de las camareras por si la distinguía entre ellas. Dos charlaban detrás de la barra y otra recogía azucareros cerca de la puerta. La iluminación del local era excesiva y contrastaba con la penumbra del piso superior al que se accedía por una escalera que brotaba de la mitad del salón. Arriba otra muchacha limpiaba las mesas, encorvada, flacucha, con el pelo negro corto, recogido en una coleta mínima como un cable pelado. No podía verle la cara pero lo supe, aun antes de alzar la mirada y verla allí, sabía que si la alzaba la vería.


Hoy regresaba a casa en la dirección contraria que ese día desandaba, mirando la oscuridad de los cristales que me devolvían una imagen fugaz de mi, regresaba con la misma sensación que experimenté al salir ese día de aquella cafetería: una necesidad de nada, un sentido de pérdida incalculable y de valentía apática. Notaba las mangas del abrigo y la tela del pantalón como si los hubieran vaciado de brazos y piernas, obedeciendo a un estímulo insignificante del aire para moverse, como ropa olvidada una semana en el tendedero, siguiendo una linea imaginaria, caminando como aquel pobre paria de Mequínez que atravesaba la carretera desafiando la embestida de los automóviles, con su mismo cabeceo ensimismado, con la misma valentía apática.