sábado, 28 de marzo de 2009

Respirar y tragar saliva

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Esta mañana me he despertado tosiendo sangre al más puro estilo Charles Bukowski. En un más que violento acceso de asfixia, como cuando uno decide hacer dos cosas al mismo tiempo con su aparato respiratorio, inspirar y tragar saliva por ejemplo. Creí que me moría. Me costó alrededor de cinco minutos de espasmos recuperar la esperanza. Al incorporarme descubrí que había manchado la colcha, tenía sangre en las manos y su sabor ferruginoso en la boca. Entonces sí que pensé que me moría de veras.

Había sufrido una leve hemorragia nasal mientras dormía, cosas de la primavera, pero con lo bruto que soy continué durmiendo mientras confeccionaba en mi nariz superdotada pompas divinas con leucocitos, eritrocitos y demás familia. Claro que yo esto no lo sabía, me di cuenta después, así que consideré seriamente sufrir una verdadera enfermedad terminal, una verdaderamente poética: tuberculosis. Puestos a elegir mejor te metan en el saco de Keats y Novalis que en el de Pavarotti.

No soy nada hipocondriaco pero me gusta tener de vez en cuando un cuadro clínico convincente para pensar en la muerte. En mi juventud era uno de mis pasatiempos preferidos, lo hacía sesuda, constantemente, hasta me compraba libros sobre el tema, recuerdo uno en especial, se lo recomiendo: “El hombre y la muerte” de Edgar Morin, uno de los pensadores más influyentes del siglo XX, y ni siquiera está muerto. Ahora no leo, llevo dos años sin tocar un libro ni por las tapas, miro la televisión que es más descansado y os aseguro que funciona igualito que con ellos. Uno de mis momentos favoritos para ese tipo de reflexiones trasnochadas es la sesión de sobremesa televisiva, franja horaria de inhóspito encanto, documentales, realitys temáticos, magazines sensacionalistas, teleseries acné, reporteros indómitos, Las Chicas Gilmore... oh, oh, oh, Las Chicas Gilmore me encantan, las adoro. No se lo digan a nadie, no está muy bien visto, cuando pasa mi compañero de piso por el salón cambio de canal para que no se asuste, comprendo que puede encerrar un principio potencial de homosexualidad. ¿Saben? Rory ya está en la universidad y hace un par de capítulos se emborrachó por primera vez, ¡qué cosas! Jo, es tan linda que ni me doy cuenta que estoy vertiendo la mayor de las veces sobre mi camiseta el cuarenta y cinco por ciento de la merienda. Pero cuando sale la Lorelai ya me puedo dedicar a lo mío, la muerte, el paradigma de la complejidad o lavadoras de ropa blanca y ropa de color. En las Chicas Gilmore no pasa nada, te puedes echar la siesta tranquilo de saber que al despertar podrás agarrar el hilo argumental sin problemas, podrías dormir cuarenta días seguidos hasta que un brillante latigazo de diálogo te despierte y nunca experimentarás la sensación de que te has perdido algo importante, no se lo van a creer señores pero eso es un logro, un logro de cojones, cada personaje está tan bien escrito que se hace difícil pensar en ellos como actores. Yo valoro estas cosas, valoro que permita hacer dos cosas a la vez, respirar y tragar saliva.

Lo malo de la televisión es que edulcora semánticamente ese tipo de pensamientos de los que hablaba, la muerte ha pasado de la No-Existencia, la Nada, la Aniquilación a un simple estado de ánimo, un no man’s lands de la tristeza, una tristeza igual que me ha estado persiguiendo estos últimos meses con mayor encono de lo habitual... No, no me tengan lástima, ni digan pobrecito, de pobrecito nada, a mi me gusta, soy así de raro, de hecho de eso quería hablarles pero me he ido por las ramas. Quería hablarles de los discos que me gustaría escuchar cuando esté muerto y enterrado, de los discos del no man´s land, pero lo haré otro día, mi nivel de melancolía en este instante es pésimo, he traicionado a los chicos, los David Sylvian, Tim Buckley, Scott Walker, Kurt Wagner, Mercury Rev, Tindersticks... Hoy he salido a la calle y me he enchufado el último de Franz Ferdinad, lo peor es que me he puesto a cantarlo en mitad de un Sol abarrotado de gente, pum, pum, y tocaba la guitarra, yeah, y después del curro los hermanos Followill, compulsivamente, closer, crawl, sex on fire una y otra vez, tres greatests para poner las cartas encima de la mesa, cada vez me gustan más estos chicos, han madurado, olvidándose de los característicos riffs del rock facilón, da tanto gusto reventarte los tímpanos con ellos mientras levitas imperceptiblemente por el aire sucio de Madrid, como otrora pasaba con The Verve, caminas más ligero, más listo, más guapo que los demás, y ellos deberían odiarte, pero todavía no lo saben.

Soy un poco feliz, sí, incluso a mi pesar, no tengo tuberculosis, tengo una vida de mierda, pero ya es más de lo que muchos tienen.

Acabo de terminar el abocetado del comic que a Pato y mí nos va a hacer ricos y famosos, aunque ella no se lo crea a finales de julio tendremos una calle con nuestros nombres, el suyo en Cangas y el mío en alguna urbanización fantasma de El Pocero. Hostia puta, llevaba años sin dibujar en serio, y no lo hago mal del todo, en el fondo creo que como casi todo en mi vida entre menos practico mejor me sale... piénsenlo un rato.

Al final puede que lo descubra, tal vez no sea un completo inútil y sirva para algo, quizá consiga hacer dos cosas a la vez... vivir y tragar saliva.

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