jueves, 18 de junio de 2009

Experiencias cercanas a la estupidez y a la muerte

Bueno, por fin tengo algo nuevo que contar, últimamente mi vida se había vuelto bastante más insípida de lo habitual, aunque la verdad es que me hubiera gustado que continuara siendo tan insípida como siempre. Ayer por la noche cuando regresaba a casa me atracaron en el mejor estilo arrabalero posible, casi no lo cuento. Nunca había sufrido un robo con violencia pero uno sabe por el noticiero que esas cosas están a la orden del día. Hace unos meses vi en la televisión un reportaje sobre una banda de atracadores que estaba provocando un clima de terror e inseguridad en el mismo centro de Granada. Estaban especializados en el robo por el método del estrangulamiento, uno de los atracadores se sitúa a espaldas de la víctima y rodea con su brazo el cuello de ésta, presionando sobre la zona de la carótida interrumpiendo la llegada de sangre y oxígeno al cerebro, la persona inmovilizada no puede gritar ni defenderse, finalmente pierde la consciencia; mientras, un compinche rebusca en los bolsillos de la víctima sustrayendo los objetos de valor. No los escuché acercarse, estaba intentando desenredar el cable de los auriculares del mp3 cuando noté una presión muy fuerte y violenta en el cuello que de inmediato me imposibilitó respirar, la impresión de asfixia era tan salvaje que no podía sentir otra cosa que mis pulmones implosionando. Aun fui capaz con mi mano izquierda de meter la mano en los bolsillos del vaquero y extender a la altura donde yo suponía estaba la cabeza de mis asaltantes el botín que esperaban llevarse. Saqué la cartera y se la ofrecí, la tiré al suelo, saqué el móvil y repetí la misma operación… lejos de tomarse el gesto como una rendición el colega siguió apretando hasta que me desmayé. No sé cuánto tiempo permanecí inconsciente, me desperté tirado en el piso con la extraña sensación de haber estado soñando, el asalto era un recuerdo lejano y borroso y sólo tomé conciencia de él al comprobar que ni mi móvil ni mi cartera ni m mp3 seguían conmigo. En algún momento del estrangulamiento mi esfínter urinario hubo de relajarse porque me había orinado encima, comprobé que la pernera del pantalón no estaba muy húmeda como si hubiera comenzado a secarse por lo que deduje que tuve que permanecer tirado en el piso algunos minutos. Al incorporarme me dolía horrores el cuello y notaba una presión indefinida en el pecho pero estaba contento de poder respirar con normalidad. Había dos chicos con un perro escaleras abajo, me acerqué para preguntarles si habían visto algo. Me sentía un poco idiota como si les estuviera acusando de no haberme prestado socorro… pero qué puedes esperar de una ciudad como Madrid. Vieron tan sólo a dos tipos corriendo calle arriba. Les di las gracias e hice un amago de salir en su busca. Imbécil de mí. Merodeé por los alrededores por si los ladrones se habían desecho de la cartera una vez comprobaron no tendría más que unos pocos euros. Era una cartera de piel que compré en Marruecos y le tenía relativo cariño.

No creo en el castigo divino ni en el destino ni en nada de todas esas cosas pero sí que puedo afirmar que esa noche acumulé el suficiente “mal karma” para merecerme lo que me pasó.

Había quedado con mi amiga Cris y mi amigo Joaquín para tomar algo, desde mi cumpleaños no les veía y me apetecía gastar una noche en su compañía. Y todo es normal, alegre y distendido hasta que he tomado dos o tres copas de más, me vuelvo hipersimpático y empiezo a comportarme como un auténtico gilipollas. Todas esas idioteces de las dinámicas, ruedas interpretativas y demás… Los que me conocéis mejor sabéis de lo que hablo. Hay un momento de la noche en el que consuetudinariamente me entra la manía de interpretar personajes, y no sólo eso sino que trato que todos los que están a mi alrededor colaboren. Si se negaran o pasaran de mí me emberrincho como un crío y comienzo a tocar las pelotas, joder, toco mogollón las pelotas a la gente, no sé como nadie me ha partido la cara todavía. Pero lo malo es que algunas veces toco las pelotas a mis amigos, David y Rosario pueden dar fe de ello. Ayer le correspondió el turno a Cris y creo le dije, utilizando un eufemismo, algunas cosas por encima de la inconveniencia. Se marchó más decepcionada que enojada y yo me quedé solo sentado en la barra del bar apurando mi copa, pensando en cómo iba a solucionar el desaguisado.

Tuvo la caballerosidad de agarrarme el teléfono y escuchar mis disculpas. Hablamos mañana, me dijo y colgó.

Hoy no tengo su número de teléfono para llamarla, no tengo el número de nadie.

Me tranquiliza especular que estuve en manos de un profesional del asunto, que tenía su experiencia a la hora de estrangular personas y que en todo momento controlaba la situación, que no era de esos otros, irresponsables, generosos en su esfuerzo, que confían más en éste que en su talento, primos hermanos de los accidentes y las catástrofes. Aunque ahora mismo solo puedo pensar que me duele el cuello una barbaridad, apenas puedo girarlo y el simple acto de deglutir me produce un latigazo de dolor insoportable. Mañana iré al médico para asegurarme que todo anda en su sitio.

No tengo ni idea si estuve a punto de palmarla o no pero hay una cosa de la que estoy seguro, no quiero despertarme al día siguiente de una borrachera avergonzado y con la obligación de pedirle perdón a un amigo, a los amigos no se les pide disculpas, la amistad por definición no contempla esa circunstancia, la amistad es algo sagrado, al menos lo es para mí, es lo único en lo que creo y en lo único que tengo fe. Intuyo que ya es hora de cambiar de personaje, dejar de ser el bufón nocturno en el que me convierto, el mismo que en el fondo solo oculta a un tío excesivamente tímido y lleno de complejos. No me apetece ser la reina de la fiesta ni divertir a los demás si eso supone que en algún momento voy a dar por culo a alguna persona a la que quiero. Concededme dos semanas, en dos semanas le cambio la careta al idiota.

...