viernes, 16 de abril de 2010

Diez metros de ventaja

1

Me dice que ya no puede recordar cómo era antes y yo estoy tentado a preguntarle qué tendría de bueno recordarlo pero me callo. Ha respondido de manera críptica a mi pregunta, no disfruto de su confianza y no quiere de buenas a primeras darme demasiada información sobre su vida privada, aun así me basta, comprendo lo que quiere decir. Hace unos años obtuve una respuesta similar a esta misma pregunta.

Nos refugiábamos de la lluvia apretándonos contra la fachada del polideportivo, una lluvia recurrente que había convertido el por lo común intrascendental camino de vuelta a casa en una conversación interminable.

Yo la miraba sin hablar, como esperando de mi silencio una réplica espontánea y eficaz a su voz, como si bastara una mera dilatación de las pupilas para que las gotas de agua que le descendían por el cabello se convirtieran en lágrimas al resbalar por sus mejillas.

También ella quedó callada, mirándome, y con la insolencia de mis veinte años dije que el pasado es como una casa llena de viejos electrodomésticos que ya no funcionan, un almacén de recuerdos acerca de las cosas que solíamos hacer con ellos.

Parecería idiota oprimir el botón de encendido aun sabiendo que no va a prender pero no obstante lo hacemos, en parte nos gusta y a la larga determina qué es lo que somos.

Nada más decir esto paró de llover. Ambos guardamos silencio al reemprender la marcha. Cuando nos despedimos yo desconocía que no nos volveríamos a ver así que no le di demasiada importancia a concluir la noche con un simple: mañana nos vemos.

Ahora que lo sé ya es solo un recuerdo.

2


Hará cosa de un mes recibí en mi correo dos e-mails casi consecutivamente de dos personas que de un modo u otro desaparecieron de mi entorno sin más. La alegría inicial por recuperar el contacto perdido se trastocó en desilusión al abrirlos y descubrir que no eran más que mensajes spam. Podría no significar nada pero me pareció la tacita y moderna manera de declarar la defunción de un vínculo.

Presupongo que existirán miles de maneras de dar por terminado un vínculo, y que de entre ellas la pareja más mortífera de todas es sin duda el paso del tiempo y la distancia. En otras ocasiones sin embargo basta con una sola frase o incluso con unas pocas palabras desafortunadas de algún otro pasando por tu boca. Lo curioso es que después de la frase, el tiempo y la distancia la verdadera causa del final sea el reencuentro.

A la semana de recibir esos correos después de salir del trabajo como otras tantas veces no me apetecía regresar directamente a casa por lo que me desvié sin un rumbo definido de la geodésica habitual que utilizo a diario. En la esquina de la calle Toledo con la Colegiata bajaban tres jóvenes charlando y riendo. A uno de ellos lo reconocí de inmediato, a pesar de que su pelo ahora fuera rojo y de unas ojeras más marcadas de lo que recordaba encajaba con exactitud con la imagen que guardaba en mi memoria.

No es la primera vez que contemplo un fantasma por eso después de algo más de cinco años no me sorprendió verla de nuevo, se me aceleró el ritmo cardiaco un poco, o tal vez bastante no lo sé. Esperábamos la apertura del semáforo en aceras opuestas lo que me permitió observarla con detenimiento hasta que reparó en mí, tras unos segundos de confusión me reconoció.

Entra dentro de lo posible que en todos esos años de desencuentro gastara prácticamente un cuarto en pergeñar un diálogo si esta situación llegara a acontecer y sin embargo ahora que se me ofrecía la oportunidad abría esa lata y me daba cuenta que ya había caducado.

3

Miro a Elena y a Chopi acordar los planos que se harán durante el rodaje y tengo que morderme la lengua en varias ocasiones para no intervenir y tratar de imponer mi criterio. No hay nada ensayado, solo disponemos de unas pocas horas para rodar, los actores no se saben el guión y el sonidista que voy a ser yo es la primera vez que tiene en las manos un juguete tan fascinante como un Dat. Coqueteamos más con el desastre que con cualquier otra cosa pero es echar a andar y todo fluye, esa cosa va funcionando, como si las exigencias del rodaje impusieran el mejor método por si solas. Conectamos cuatro o cinco momentos mágicos, donde mi grito de sonido se encadena naturalmente con el de cámara, la claqueta y la orden final de acción. El mérito no es nuestro pero el privilegio de disfrutarlo sí que lo es, el mismo que llevaron a John Ford, Welles o Pasolini a hacer sus películas, el prodigio que representa ser testigo de cómo va moldeándose de carne, piel y uñas unas cuantas ideas garrapateadas en un papel.

Le brillan los ojos de la excitación cuando termina el rodaje, me acerco a preguntarle qué le ha parecido todo, si ha disfrutado tanto como yo intuyo que se puede hacer. Me asombra comprobar que ella ya lo había multiplicado por cuatro.

4


Es divertido ver al chico de los Dorian esforzándose por enardecer el ánimo de un público que solo está interesado en vaciar sus minis de cerveza mientras esperan la salida del grupo por el que realmente han pagado su entrada. Hasta ahí es divertido, y lo es porque no es nada de lo que estabas esperando.

Comienzan a lo grande, sabedores de que la gente ya ha justificado la felicidad comprada para la noche de hoy con el simple hecho de verles aparecer en el escenario. Cantas la canción con ellos, formas parte del coro desafinado de la masa por unos instantes, hasta que oyes ese crack interior tan familiar que se ha repetido de diversas formas a lo largo de tu vida, y te preguntas justamente por esto, por qué no entiendes que haya tanta gente identificándose con algo tan pequeño.

Aguantas seis canciones tratando de subirte otra vez al bote, de recuperar la fe en el momento, empero sabes que si te quedas quieto el crack avanzará rebasando tus tejidos como un cáncer linfático, situándose a escasos metros de las cosas indiscutiblemente válidas, las cosas que ni has adquirido ni heredado, las que han ido conformando los pilares que aun piensas te mantendrán vivo. Antes de que eso ocurra tomas el hombro de tu amigo y le explicas que te vas a ir pero que no se preocupe, que todo va la mar de bien, él te mira estupefacto sin saber que decir y te deja marchar.

Ya en la calle apresuras el paso tanto como para confundir avanzar con una carrera, procuras tomar diez metros de ventaja respecto a tu perseguidor, los diez metros que crees son suficientes para mañana levantarte e intentarlo de nuevo.

5


Ella sale del cuarto a recibir la llamada en la otra habitación. Hago zapping mientras la espero y lo hago incansablemente durante un buen rato porque no es una llamada normal, es una de esas que te tienen pegado al auricular del teléfono durante horas. Al poco mi atención va descentralizándose, se separa del televisor empujada hacia atrás, hacia la raíz de la visión para luego hincharse a través de la estancia hasta golpearse contra las paredes. Fuera ha comenzado a llover. Me levanto del sofá y abro la ventana. Las gotas se arrojan violentamente contra el empedrado de la calle. Una estela de sangre brillante y plateada desciende calle abajo ensuciándose del naranja desteñido que irradian los faroles. La camarera del bar de la esquina prorrumpe sin miedo en mitad de la calle e inicia una improvisada danza de la lluvia mientras sus compañeros la observan divertidos desde el resguardo de la puerta. Grita, se ríe, canta. Pronto desaparece igual que había surgido.

La felicidad arranca a partir del instante en el que uno se imagina haciendo las cosas que le van a hacer feliz, y sólo es plenamente consciente de ello desde el recuerdo, cuando ya lo ha sido. El resto del tiempo la felicidad permanece invisible a nuestra experiencia, o mejor dicho, carece de nombre para ser llamada. Es como un estado emocional al cual solo podemos aspirar una vez se ha marchado, una variedad de cálida nostalgia.

Me imagino fumando en esta habitación, me complacería fumar sólo aquí, en este preciso minuto, mirando la lluvia sin pensar en nada, sin tener la obligación de hacer planes como los de un mañana levantándose, aferrándose a un destino comprometido el día de antes. Seguir la estela del cigarro, buscar el principio de ese humo… ya está. Fácil. Bastante perfecto.