sábado, 6 de noviembre de 2010

A lo fan


David me dice que los superhéroes son una pandilla de mamarrachos, que sólo se les puede tomar en serio hasta que se disfrazan, que sí, que hasta ahí es divertido. Una vez adquieren sus poderes, la más de las veces gracias a un accidente científico, su motivación para convertirse en paladines del bien proviene de sus deseos de revancha.

- Mira Batman – me explica – Tiene que ver morir a sus padres a manos de unos atracadores para tomar la decisión de dedicar su vasta fortuna en combatir la delincuencia. Y no lo hace porque crea que actúa de modo correcto sino porque en el fondo necesita vengarse.

Yo no pienso que sea para tanto, a la postre llegar a ser un héroe siempre ha necesitado de un destino trágico y tampoco es que David haya leído demasiados cómics.

La primera vez que vi a David no hablamos de superhéroes, ni siquiera hablamos. Vino a ver a una chica que cantaba en el bar donde yo trabajaba. Después del concierto mi compañero Luis le sirvió una copa de vino y me dijo que no se la cobrara, que era un buen tipo. Se sentó en uno de los taburetes aterciopelados de la barra y esperó a que la chica que cantaba se les uniera. Luego de hacerlo los tres charlaron animadamente, intercambiando de paso un buen puñado de chistes sobre gallegos. Por aquel entonces me importaba tres cojones que fuera un buen tipo, yo únicamente realizaba mi trabajo.

Quizá coincidiéramos en alguna que otra circunstancia pero la que recuerdo transcurrió en un bar diferente. La misma chica que cantaba hacía lo propio y nos invitó al concierto. Tanto David como yo éramos los únicos pendejos que no conocíamos a nadie ni queríamos conocer a nadie, sólo matar un par de horas de un total de veinticuatro igual de explícitas y tediosas. Postura que limitaba considerablemente nuestras probabilidades de maniobrar más allá de los cincuenta centímetros de baldosa en un extremo marginado de la barra y que en parte nos hizo sentir obligados a forzar una conversación educada.
David es de esos tipos que al hablar con ellos si has nacido gilipollas aunque te esfuerces en demostrar lo contrario vas a seguir pareciendo un gilipollas. Teniendo esto en cuenta fui bastante cuidadoso, procurando no dar demasiadas pistas al principio, hasta que no recuerdo a santo de qué, posiblemente al alcohol de la tercera copa, citó una o dos frases de Truffaut sobre Hitchcock y me decidí a largar carrete cinéfilo tratando de impresionarle. Puede que funcionara porque gastamos algo más del par de horas presupuestadas al inicio. El barman cerró el garito y nos echó a la calle. Mientras David aguardaba su turno en la cola del baño para echar la última meada antes de regresar a casa yo ya en la calle me preguntaba si esperarle me haría quedar como un gilipollas… o comentar luego que había disfrutado ampliamente de la conversación, o que a ver si nos veíamos por ahí, o que si eso nos dábamos los teléfonos… Todas esas gilipolleces que al terminar la noche podrías decirle a cualquier chica que te gusta para volverla a ver pero que ni se te ocurre soltar a un tío por mucho que te apetezca que sea tu colega, por eso mismo, porque es una gilipollez, y no quieres quedar como un gilipollas.

Después de esto volví a ver a David en muchas otras ocasiones sin embargo no tuve claro que era mi colega hasta bastante más tarde. La chica que cantaba ahora era mi amiga y solía una vez por semana quedar con ella para ver una peli. Hacia el final de la peli después de salir del curro solía aparecer David, ahora su compañero de piso. La peli terminaba, la chica que cantaba salía de la habitación y yo me quedaba hablando con él mientras se echaba un cigarro antes de irse a dormir. El primer día que subí al piso y no buscaba a la chica que cantaba, David arropadito con una manta del ikea calentaba sofá y zapeaba diplomáticamente. Le comenté si le apetecía salir a tomar algo. Llevaba unos días acatarrado y solo disponía de media botella de Aquarius y unas Ruffles al jamón para todo el fin de semana, así que estuve a punto de convencerle. La segunda vez que lo intenté no tuve que afanarme, al momento se cambió de ropa, agarró el abrigo y bajamos al Lamiak.

Hace unos meses luego de gandulear como siempre por la Latina subimos a casa y me manifiestó su preocupación. Uno de sus testículos no lucía con normalidad, aparentaba rigidez y se notaba duro al tacto. Automáticamente adulteramos la seriedad del asunto encadenando un buen número de chistes relacionados con el cáncer, desde los seis tours de Armstrong hasta el humor negro de peor gusto. Después de agotar el arsenal me puse serio y le insistí para que no lo dejara pasar, que al día siguiente pidiera cita con el médico. No me hizo caso. Esperó casi dos semanas para hacerlo. El diagnostico confirmó nuestro humorado presagio.

El cáncer es una gota más en un vaso de infortunios ya colmado mucho antes. Un vaso que por la mitad a cualquiera hubiera bastado para excusar un comportamiento capullístico de record guiness, pero que a David parece embellecer y reforzarle. No creo haber conocido a una persona con la integridad de David. Esa capacidad suya de mirar el momento y evaluarlo desde el lado más ecuánime, de reconocer sus errores, de justificar los de los demás y de hacerlo con más razones cada vez…

Tampoco creo haber escuchado nunca a David soltar una frase gastada, algo que podría decirme mi vecina del tercero, mi padre o un premio nobel de física… así que no me arriesgaré yo a hacerlo aunque sea para agasajarle.

Sé que a David no le gustaría ser un superhéroe, simplemente porque los superhéroes no tienen sentido del humor.