No me gustan
los videos. Me gusta que sonría cuando me lo dice. Parpadea, expectante, cierra
los ojos y me dice que no le gustan los videos. Me gusta que sonría cuando me
descubre. Una sonrisa hermosa, a medias resignada porque sabe que voy a seguir grabándola,
voy a seguir contemplándola a través de la pantalla del iphone, cuarenta o
cincuenta metros, enumerado todos sus pasos, ganando para mí cada una de sus
miradas, ganándome cualquier guiño, aspaviento de brazo o baile de zapato hasta
que el gesto se arrugue en su cara, resople y diga para ya.
Me gusta
caminar a su lado, cogerle la mano mientras lo hago, pasar sus dedos entre los
míos, apretarlos con fuerza cada cierto tiempo para que se detenga y besarla
dos minutos de cada diez.
Me gusta mirarla
en silencio, mirarla con una nube de plumas detrás de los ojos. Preguntarle qué
está pasando allá dentro, contestarme nada, contestarme muchas cosas y guardar
secreto.
Me gusta
tocarla, enlazar mi brazo a su cintura, descansar la mano sobre la cadera y
esperar a que el tacto adquiera el tamaño de mil alfileres para traspasar la
tela del vestido.
Me gusta correr
hasta la estación de tren, mirar el reloj compulsivamente, llegar ansioso,
sudando, verla aparecer entre los demás viajeros haciendo rodar su formidable maleta
azul. No atinar si a besarla primero, abrazarla o las dos cosas a la vez. Sanar
la nostalgia antes de la primera palabra, de inmediato teñir de rosa el alma.
Primero.
Me gusta
aguardar su sonrisa mientras rasga el papel de mi sorpresa habitual de
bienvenida, acercarse a mí, decir gracias, decir no me lo merezco, bajar los
ojos con un ligero toque de vergüenza mal disimulada y besarme. Decir yo, me lo
merezco.
Me gusta
preparar la cena, observarla de reojo frente a la pantalla del ordenador, sacar
todas las especias de la alacena y jugar a los dados con la gastronomía. Me
gusta su está bueno, chocar el Gewürztraminer en nuestras copas, devorar el
plato y desesperar porque se tumbe a mi lado.
Me gusta una
cosa especialmente, una tontería, en una conversación, en un incalculable cruce
de miradas, verla de repente inclinar la cabeza hacia el hombro, pestañear seguido
y devolverte los ojos espléndidos como el Eureka de una sirena. Me gusta
hacerle notar ese despliegue de coquetería, objetarme ella que no se da cuenta,
reírnos, recoger yo los fragmentos de corazón que han quedado esparcidos por el
suelo.
Me gusta
escuchar su voz al otro lado del auricular, decirme, qué haces?, decirle, ya
has acabado? Ella ya ha acabado, ha subido a su habitación a relajarse un poco,
me dice que está cansada, que ayer no durmió bien, le digo que descanse, que
cierre los ojos, que duerma, que acaso sueñe conmigo, digo buenas noches linda,
un superbeso, ella que otro, y yo hasta mañana, sí, mañana cuando puedas me
llamas, me dice que sí, que mañana hablamos, guapo, murmura, guapa, especifico,
pasa buena noche, tú también, tengo ganas de que llegue el viernes, yo también,
bueno, un beso cari, un beso, chao, chao, hasta mañana, sí, hasta mañana linda.