Bares míticos, dónde los chicos piden por favor el beso de las chicas, bares dónde no cabe un alma, dónde puedes estrenarte como cliente del mes, bares disfrazados de restaurante hindú, bares clandestinos, bares clandestinos en sótanos con banda de jazz, sótanos legales con banda de blues, clásicos con enemigos íntimos, bares dónde bailar “Ni tú ni nadie” y bares para cantar “Pero a tu lado”, bares para el postureo, bares de intelectuales, bares dónde te regalan rosas, bares que abren hasta el amanecer, bares para olvidar…
Elegiría el domingo de cumpleaños en casa de David. La fiesta sorpresa menos sorpresa del mundo, con la invitada de honor en la puerta, los globos sin inflar y yo todavía enrollando sushi. Pero, coño! Fue un éxito, la manduca resultó comestible, Silvina nos obsequió con un concierto privado, el albariño corría como en casa de un percebeiro, y disponíamos de una botella de autentico vodka polaco con un ligero sabor a canela, ¿qué más se puede pedir? Soplar las velas sobre un tiramisú, buena conversación hasta altas horas de la madrugada, salir a la calle borracho, que llueva, saltar en los charcos, empaparse sentado en lo alto de quince sillas apiladas…
Elegiría la noche temática, la noche de los disfraces, la noche en la que pensé que si nos vestíamos como la mafia calabresa todo sería más divertido y en la que al final conseguí reunir de un mismo golpe a una azafata de iberia, un enterrador y una bailarina de charlestón. Fue la noche de los tacones, de los conciertos interruptus, de los bares sumergidos en el pasado, de los años ochenta y del garrafón a siete pavos…
Elegiría el martes de jam sesión en locales sin luz eléctrica, de vermuts sin hielo en las terrazas de Argumosa, de jóvenes sin excesiva preocupación por la higiene capilar o greñudos, los bares de cantautores sin cantautor para bailar mejor merengue…
Elegiría no tener que despedirme en los aeropuertos, ni en las estaciones de autobuses, ni en las puertas de los taxis…
Si alguien de verdad me apuntara con una pistola elegiría que Lore tuviera vacaciones una vez por mes, aunque en ese caso el de la pistola sería yo, apuntando a la cabeza de su jefe, claro.
Como diría ese ínclito pozo de sabiduría que es Raffaella Carrá: después de muchas experiencia he llegado a la conclusión que las mejores cosas del mundo no se encuentran realmente en ningún lugar sino que son las mejores personas del mundo las que hacen de estos lugares los mejores del mundo.
Imaginaros, si decidierais mudaros vosotras aquí podríamos hacer de Madrid una de las mejores ciudades del mundo.