sábado, 15 de diciembre de 2007

Restauración de la mentira


Si hay algo con lo que todo el mundo estará de acuerdo es en lo que generalmente no es capaz de soportar, y sin duda, de ese algo, el mayor grado de intolerancia se destina a la mentira. A nadie le gusta que le mientan, ni siquiera si es el idiota de turno que intenta forzar nuestra conversación; aun y por muy pequeña que sea su transcendencia exigimos de cada minuto, a cada palabra, una mínima dosis de veracidad. El despertar de la adolescencia trae consigo la obsesiva idea de verdad, descubrir la verdad, perseguir la verdad, conocer, darse por enterado, pisar terreno adulto y decirse "ésto yo ya me lo sabía"; diríase que al crecer también crecen nuestras necesidades de estabilidad y permanencia. ¿Por qué de niños adoramos que nos mientan, que nos cuenten historias, que finjan una alternativa a la regla diaria...? Porque nos encanta jugar, nos interesa aprender normas sin validez para poder saltárnoslas, incluir elementos imaginarios a modo de explicación. Porque no albergamos otro deseo que no sea el de disfrutar, el de exprimir el instante lúdico hasta la extenuación; no esperamos ni provocamos acontecimientos, los inventamos. Y luego, luego nos crece el pelo en los sobacos y perdemos todo sentido que no responda directamente a la realidad, nos insensibilizamos a la magia, a la ficción, a la mentira. No es sino domesticada que sobrevive a la edad adulta, bien dirigida a aprovecharnos de ella para sacar provecho en la "vida real" bien para eludir enfrentarnos a nuestros temores; pero siempre de una manera indigna y residual.

Ese ansia de verdad provoca la marginación de la mentira, la aceptamos siempre y cuando nos avisen que no va a ser utilizada para construir partes de la realidad visible. Nos gusta entrar en el cine y que apaguen la luz, creernos a pies juntillas la historia de unos fulanos, reírnos de ellos y acaso llorar al final, lo justo sin tener que involucrarnos a la salida. Lo que no nos gustaría es que una vez apagaran la luz antes del comienzo de la película apareciera un texto advirtiendo que está basada en hechos reales y después resultara una inmensa patraña, nos sentiríamos defraudados, como con un amigo en el que hemos puesto toda nuestra confianza y en un momento dado nos roba la pareja, nuestros sueños, o las joyas de mamá.

Sin embargo a la hora de pensar no hacemos otra cosa que mentirnos, constantemente, de hecho no existe un minuto en el día que no estemos mintiéndonos, al tratar de adivinar en que piensa el tipo que te mira en el metro, en como le va a sentar a tu hermana que otra vez te hayas olvidado de su cumpleaños, en que algo muy grave le ha debido suceder a Julia para que no te responda al teléfono... Es curioso que en gran parte la gente sabe que no es mas que una hipótesis, una ficción creada por su mente para cubrir un pedazo de realidad que desconoce, pero aún así no dice: "puede que mi hermana se enfade conmigo " sino: "ufff! que cabreo que va a agarrar mi hermana". Aunque también depende de la hermana, con algunas es muy fácil acertar. Pero puede que la hermana se haya apuntado a clases de yoga ese año o que visite a un maestro zen todas las semanas en vez de a su psicoanalista, y puede incluso sonreír ante tu despiste. Nosotros preferiríamos que se enfade, que nos haga un poco de caso y cumpla con nuestra predicción, es mucho más sencillo así, no tenemos que adaptarnos a una nueva imagen de hermana y siempre podemos pedir perdón.

Pensar es mentir, un puente tendido ante la subjetividad de nuestra mirada. Mentir la verdad para obviar la irresolución, la sorpresa y el interrogante; aunque no agrade que nos lo recuerden: adelantamos la verdad para salvar la incertidumbre y en mucho en ese precederse hay mucho de mentira.

Pues bien, todo este rollo para hacer una propuesta, ya que el mentir es una actividad habitual de la persona y arrastra tan deplorable prestigio sugiero rehabilitar la mentira, restituirla al lugar que merece, cualquiera que éste sea.

Conjurando a un gran mentiroso, Orson Welles diría: de aquí en adelante no voy a hacer otra cosa que no sea mentir, tal vez reservaré quince minutos al final para declarar cuales de todas eran las mentiras o puede que no haga otra cosa que decir la verdad.

Apelo a su espíritu infantil.