lunes, 4 de febrero de 2008

No puedo dejar de escuchar a Wilco





Sería estupendo encontrar la excusa perfecta que eliminara cualquier responsabilidad de la ineptitud de cada uno de tus actos de mañana. Algo así como una enfermedad muy grave, tan grave que sirviera para disculpar todas tus metidas de pata, todos tus estados de ánimo, todas las idioteces que podrías llegar a decir. Algo tan correcto como una minusvalía. Podría colgar debajo de tu nariz como una señal de tráfico, un estigma perfectamente visible que generara un inmediato reconocimiento y un consecuente e incontenible flujo de compasión hacia ti. Gran parte de tus problemas tendrían arreglo o por lo menos nunca precisarías justificarte por ellos. Además piensa en las ventajas adicionales: nadie se atrevería a reírse en tu cara, todos, salvo embarazadas, tendrían que cederte un asiento en el autobús y siempre encontrarías aparcamiento… Algo así necesitas, algo como una condecoración de discapacitado emocional.

Eso te dices mientras tratas de ingeniártelas para perder el tiempo sin caer en el cándido recurso de la televisión. Son las cinco de la mañana y no dejas de escuchar a Wilco.

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Podrías pasear, eso siempre ayuda, solo hay que levantarse de la cama y apretar un poco las palmas de las manos contra la inercia, con suerte las calles ya se habrán secado y no te mojaras como casi cada noche. Tienes el abrigo puesto, estás colocándote los auriculares y antes de que te des cuenta has bajado las escaleras y tiritas mínimamente, no por frío sino por costumbre, como hay el que se santigua al salir del portal tú tiritas, finges una pequeña carraspera y te conformas con respirar; ya has reconstruido tu personaje.




“Cuando no queda en la nevera ni el típico cartón de leche solo hay una forma de comerse los cereales.”

Si fueras un filosofo dirías eso, un filosofo o un poeta, pero no lo eres, te conformas con respirar y por lo tanto sigues caminando, escuchando música y sin saber muy bien adonde vas. Si alguien te viera en este momento y te reconociera no te gustaría, aunque en el fondo, en lo más recóndito de tu mente, albergas la estúpida esperanza de encontrarte con alguien, de hecho has salido de casa solo por eso. Pero preferirías no tener que saludarle, preferirías que no te reconociera y que te dejara pasar de largo. Al final no va a ser tan buena idea ser un minusválido. No. En el fondo no te gusta, no quieres que se compadezcan de ti, en el fondo sabes que la debilidad te cuesta, que lamentarse es el consuelo que nutre a otro lamento y que la tristeza no sirve si viene acompañada; en el fondo siempre es lo mismo y con un par de veces basta.



No vas a mirar la hora pero sigues escuchando a Wilco.
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A veces te preguntas como sería ser una persona normal, dado el caso ahora podrías entrar en una cafetería y pedir un cortado. Te sentarías y sin quitarte el abrigo abrirías el periódico por la página de internacional. Dejarías que se enfriara el café como restándole importancia, como si no fuera contigo; luego, por la mitad te levantarías, dirías el que se debe al mismo tiempo que rebuscas algunas monedas y te irías dando los buenos días.
Al menos habrías utilizado media hora de tu vida de un modo apropiado. Podrías hacerlo, ser un rato como ellos, la gente normal desayuna a estas horas; pero no lo vas a hacer, porque la gente normal no desayuna a estas horas después de haber salido de sus casas a las cinco de la mañana para pasear, no serviría de nada, por eso es mejor que pases de largo y sigas caminando.



Regresarás a casa porque de verdad ahora sí tienes sueño, comienza a dolerte la cabeza, lo que te fastidia bastante porque no puedes pensar con claridad, es como tener una china en el zapato del cráneo, tampoco importa porque no has pensado grandes cosas esta noche pero te gustaría encontrarte en óptimas condiciones por si sucediera. Alinearás los pies de vuelta con una guitarra imaginaria dentro de tus bolsillos creyéndote el maldito Jeff Tweedy, cantando the late greats mientras la gente mueve ligeramente sus cabezas desaprobando tu comportamiento, pensando que no estás en tus cabales.

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Llegarás a casa y no podrás dormir. Están rehabilitando el edificio de enfrente y los albañiles una vez desayunados tienen más fuerza que nunca, así que en este minuto que viene no estaría mal que apareciera la chica con una sonrisa entre los brazos gritando tu nombre, fundiríamos en negro agradeciendo al Ayuntamiento de Madrid la gentileza de habernos prestado las calles un día más y por fin dejarías de escuchar a Wilco.





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