viernes, 18 de diciembre de 2009

Días de 24 horas, Noches de 48

Hoy empezó hace dos días, hoy se alarga desde entonces.

I


El miércoles al salir de La Piola no me sentía nada bien, me molestaba un poco la garganta al tragar y me dolía la cabeza. En la calle hacía un frío de narices, como dos o tres grados bajo cero, poco me faltó para ponerme a tiritar. Dejé que D. acompañara a R. a su casa y aceleré el paso de camino a la mía todo lo que pude por ver si entraba en calor. Solo lo conseguí, ya en ella, pegado al radiador como una mancha de café sobre el mapa del tesoro. Calenté las sobras del día anterior y las engullí sin apetito mientras revisaba el correo. No sé si gracias a la comida o al cansancio pero comenzó a entrarme sueño. Logré conciliarlo por tan solo una hora, a las cuatro y media estaba más despabilado que un perro delante de una farola. Encendí de vuelta el ordenador y abrí una página de word por si sonaba la flauta y terminaba de escribir el texto para el corto. La verdad es que me encontraba peor, la garganta me dolía ya de manera respetable y me notaba torpe y aturdido como cuando tienes fiebre. Seguramente la tenía, no una fiebre digna de admiración pero fiebre al fin y al cabo. Unas décimas hubiera dicho mi madre, nada, nada. De pequeño hacia trampas para subir la temperatura del termómetro con el propósito de comprobar a partir de qué grado o décima una enfermedad adquiría un nivel preocupante. Una vez lo puse a cuarenta pero mi madre en seguida me caló la cara de mentiroso y ni le pasó por la cabeza continuarme el teatro. Tuve suerte un año más tarde, tendría yo unos ocho, y lo cuarenta y pico me vinieron de forma natural. Ni con baños de colonia me bajaba. Mi madre estaba histérica y mi padre llamó a urgencias. Los de urgencias se negaron a mandarnos una ambulancia, recuerdo los gritos de mis padres en la sala discutiendo por teléfono con la operadora durante un buen puñado de minutos mientras yo “agonizaba” en mi habitación. Al final me llevaron al hospital en un taxi, cuando llegué me desnudaron, me tumbaron en una cama y nadie me prestó más cuidado hasta que la fiebre bajó por su cuenta y me devolvieron a los brazos de mi madre. Curiosamente la vuelta si la consiguieron mis progenitores hacerla en la maldita ambulancia oficial, aunque en esos momentos ya no tenía gracia, ni me estaba muriendo ni sonaba la bocina.

Algo de fiebre hube de contagiarle al norton de mi portátil que se arrancó a bloquear conexiones a diestro y siniestro, a preguntarme cosas que no entendía y a elaborar protocolos larguísimos para vete a saber qué sospechosas funciones. Mi paciencia con la tecnología no es mayor que la que pueda tener un pastor de cabras por lo que resolví atacar el nudo gordiano a las bravas y, claro, el Windows se colgó. En otra ocasión me hubiera desesperado pero esa noche me la traía al fresco. Me levanté y fui a la cocina. Ya había cenado empero como me aburría decidí cocinar unos macarrones con verduras. Un vez listos me senté delante de mi hortera y colapsado fondo de pantalla a esperar que todo volviera a la normalidad. Y volvió milagrosamente con el último bocado. Al apartar el plato del escritorio me di cuenta que lo había apoyado sobre varias hojas en blanco que contenían diversos dibujos de otras tantas noches de insomnios. Uno de los peor parados fue un retrato que había hecho de M. Me jodió porque había quedado bastante bien. Lo repetí utilizando el ridículo lápiz del Ikea que había utilizado en el original. Eso terminaba con la amanecida, las ocho de la mañana, quince álbumes de música nuevos en mi disco duro y la misma impoluta hoja en blanco del Word.


II


De nueve a doce veo una peli, escribo algo sobre ella, me desperezo, me levanto, apago el ordenador, hago una llamada, me ducho, abro el grifo del agua caliente hasta el límite de resistencia de mi piel, me rindo, me ducho, esta vez con normalidad. Salgo del baño, elijo que ponerme, agarro el teléfono y hago otra llamada. Voy a ser tío, ya es bastante seguro, eso me levanta el ánimo durante un rato, luego enciendo el televisor, cocino otra vez, mastico con gula, por tedio y se me pasa. Son las cuatro, hace frío, podría ir al cine pero no me apetece, me apetece caminar hasta que la batería de mi mp3 reviente, pensar a ratos y estar triste. Recargo mi móvil, me siento estúpido, como llenar el depósito de gasolina de un coche en un garaje. Podría llamar a C. y decirle que no voy a ir a la cena de navidad de ex estudiantes de derecho, pero me apetece verle, lo que no me apetece es repetir las conversaciones que sé que se repetirán como si no hubieran pasado siete, ocho años… Es la cuarta vez que suena Manifiesto Desastre de N. V. y no puedo meter la mano en el bolsillo interior de mi cazadora porque me muero de frío, sigue sonando cuando me llama L., creo que es L., pero en realidad es F., T. está enfermo y me pregunta si puedo ir a sustituirlo, no lo pienso cuando digo que sí, la verdad que tengo un humor de perros en este momento, pero al menos si echo siete horitas podré comprarle a S. los zapatos de invierno que le prometí por su cumpleaños. Sigo caminando, dejando que pase el tiempo, anotando mentalmente cada que intervalo los termómetros urbanos descienden un grado. Le mando un mensaje a C. y le digo que no puedo ir, me llama, le sorprende que esté trabajando, pues sí, es lo hay, ya me gustaría que mi plan hubiera funcionado, quedamos para dentro de unas semanas, de verdad que tengo muchas ganas de verle. Gracias a dios me encuentro con Miss T., Miss T. está un poco loca y eso me agrada, gracias a la suya, a su locura, no tengo que insistir demasiado en la mía para generar un clima ficticio de recreo que se aleje un tanto del opresivo clima de trabajo, un clima de trabajo que te hace pensar que tienes treinta y un años, así lo escribe, y un futuro tan provisional e incierto como la selva del amazonas. Me esfuerzo, me sorprendo, he cambiado el chip en un cero coma dos y casi puedo pasar por un tío simpático, un tío graciosete, a veces incluso pesado, puedo pasar un poco desapercibido si quiero, y lo hago bien hasta el último minuto, en el último minuto pincho el globo, siete horas aguantando el empate como un campeón y en el descuento me meto un gol en propia meta, bravo. Se despiden, se van y yo todavía tengo tanta energía que estoy seguro de no poder pegar ojo otra vez esta noche. Aprieto el imaginario botón rojo en un par de ocasiones, imaginariamente deshilacho una blanda misantropía que progresa al ritmo que lo haría una estadística de obesidad infantil dentro de un Burger King. Busco canciones melancólicas en mi reproductor y estiro la vuelta a casa, habituándome de nuevo a fijar a los seres humanos en el fondo visual del paisaje y no ya de manera individual, no con sus nombres y apellidos sino con sus colores, sus movimientos, el volumen, la estela, detrás, que van dejando a su paso y que ya no es suya…

lunes, 23 de noviembre de 2009

I'm Not From China


Te despides en la puerta de sus casas con una sonrisa gastada en la cara y el alma a la altura de la suela de los zapatos. Podría si caminaras mucho elevarse al mismo nivel de la fatiga, y así de entre toda la confusa masa de las demás que grita en ti reconocerla con la misma facilidad con la que señalarías una gota de sangre en una hoja en blanco.

Tienes frío y la solitaria rayita de batería en tu mp3 no augura nada bueno, aun así te crees con fuerza suficiente para caminar en dirección contraria a tu piso. Subes el volumen de la música mientras vas esquivando a los borrachos que vomita a intervalos la resaca del fin de domingo en La Latina. De cuatro irrisorios gigas no encuentras ninguna canción que logre subirte la moral a excepción de The Rolling People, pero después de escucharla varias veces pierde su efecto, pasa a convertirse en parte del ruido de fondo, del yo sufro, yo quiero, yo me voy…



Don't even know which way I'm going to
The lights are on and I am feeling blue
I hope you know which way I'm going to fly
Thank you for my life
I said good night, good-bye

You see me going

But here we are the rolling people
Can't stay for long
We gotta go

So come alive with the rolling people
Don't ask why
We don't know now
Yeah

Uno no puede irse permanentemente, uno no puede despedirse más que una vez por día, uno no puede alargar más que unos escasos minutos el adiós, el buenas noches, nos vemos.

En Plaza de España te intercepta un guiri con un pedo tremendo, lo ignoras pero se apresura detrás tuya y te agarra del brazo. Te pregunta una dirección mirándote a través de la tiniebla que el alcohol ha tejido en su mente, con una súplica desesperada en el gesto. Le tomas del hombro y le muestras hacia dónde debe dirigirse. Te da las gracias muy efusivamente y compruebas como se aleja dando tumbos justo por el camino opuesto al que tú le habías indicado. Exactamente tan idiota como tú.

En Moncloa la tregua que la música te había concedido desaparece con la batería del mp3, te deja solo, a merced del ruido de fondo, del peligro que supone la aparición de la silueta de otro ser humano al final de la calle en las dos horas largas que implicaría un regreso a tiempo. Pero extrañamente ese no es un motivo suficiente para continuar caminando. Te quedas quieto sin saber qué hacer, observando incrédulo la indiferencia con la que responde a tu mirada la pantalla muerta del reproductor.

Supones que es triste, es triste pensar cuán ridículas son las razones que te impelen a arrastrar tus pies detrás de algo, cuánto se parece esta noche a muchas otras que ya han pasado, lo poco de nuevo que te va a suceder a partir de ahora en esta maldita página biográfica llena de puntos suspensivos que no significan una mierda.

Es entonces cuando piensas que más te valdría haber nacido en un lugar y en un momento diferente, que mejor sería también aceptar la vida de cualquier otro, con una obligación cotidiana desde las nueve de la mañana a las siete de la tarde, un hogar que pagar a plazos y un amor que resumir en media docena de fotos sobre el aparador del salón.

Como no quieres seguir escuchándolo te tapas los oídos, le das la espalda, te vas.

Te gustaría tanto poder despedirte de ti mismo en este momento y marchar, decir, bueno, adiós, buenas noches, nos vemos…

… tan alto como la voz del poeta, tan rotundo, tan tajante, tan exacto como ya lo dijo ese otro, decir…

Yo me callo, yo espero
hasta que mi pasión
y mi poesía y mi esperanza
sean como la que anda por la calle;
hasta que pueda ver con los ojos cerrados
el dolor que ya veo con los ojos abiertos.

lunes, 26 de octubre de 2009

¿Feeds?

¡Dios santo! ¿Sabéis lo que es un feed?

Una fuente web (usualmente canal web o web feed) es un medio de redifusión de contenido web. Se utiliza para suministrar información actualizada frecuentemente a sus suscriptores. En su jerga, cuando una página web "redifunde" su contenido mediante una fuente web, los internautas pueden "suscribirse" a ella para estar informados de sus novedades. Los interesados pueden usar un programa "agregador" para acceder a sus fuentes suscritas desde un mismo lugar. (ft: Wikipedia)

Yo hasta hace unos días como que tampoco. La definición de la Wikipedia parece refererirse a un proceso bastante inofensivo, pero una leche! de inofensivo. Para una vez que me decido a publicar más de un post por mes va el “sustrato” Blogger y pasa olímpicamente de mi culo, no actualiza mis nuevas entradas en los blogroll de páginas amigas, (que digámoslo bien claro, suponen el ochenta por ciento de mis lectores), mantiene una de la semana anterior, esa que ya se han leído y que no les apetece volver a leer porque en realidad no había ni chicha ni limoná. Y si no te leen es como si no hubieras escrito, y si no has escrito no tiene mucho sentido tener un blog, y si no tienes blog tal vez tengas apagar el ordenador y ya no quede otra que volver a salir a la calle, a codearte con toda esa gente idiota que va a trabajar, que levanta este país, tiene hijos, compra teles de plasma y se acuesta viendo Sálvame Deluxe.

Pues he estado a un tris, pero ahora sé que es un feed y lo que representa, así que estoy más o menos a salvo. Después de mucho dale que te pego, de conseguir mi "propio" feedburner, de desecharlo porque tampoco funcionaba, de volver al atom de toda la vida, de comprobar que seguía sin actualizarme, de intentarlo luego con rss, de repetir el procedimiento un par de veces… uf, uf… Al final he tenido que linkarme a mí mismo en un blog de pruebas y publicar chorradas con títulos como jjjj, kkkk, pooo, estoyhastaloshuevos, etc. para que de una vez por todas Blogger me reconozca como no-muerto y aparezca de nuevo a la cabeza de vuestros blogrolls.

Hacedme caso, en esta granja de locos que es internet cuando veáis pasar las palabras: rss, atom, feedburner o similares… cuadraros y poner la mano derecha sobre vuestros corazones como si sonara el himno norteamericano, porque sin esas cosas no importa lo mucho que te afanes en llevar tú palabra a la casa del vecino, a buen seguro que no saldrá de la tuya.

¡Ay, qué sería yo sin vosotras!

(Disculpad mi lenguaje "juvenil", es que he pasado muchas horas leyendo foros en internet para ver cómo podía solucionar el problema).

jueves, 22 de octubre de 2009

La LLuvia Ayuda a No Ser Yo


La lluvia me ayuda a no ser yo, aleja un poco lo mío para que su lugar lo ocupe una tristeza blanda, amable y marchita. Y mientras ella se queda siento que puedo llegar a ser otro del que soy, no distinto, sólo parecido… tal vez mejor.

La lluvia me ayuda a respirar. A recordar cómo lo hago y porqué.

Llueve esta noche en Madrid. No hay absolutamente nadie por la calles y nadie a mí se acercará a pedirme un cigarro o a preguntarme una dirección, puedo caminar a mis anchas sin dirección ni intromisiones hasta que me dé la gana, hasta que dure la lluvia o se haga de día, hasta que me canse.

De vez en cuando ignorándome pasa calle arriba un auto como un animal de otra especie, huraño de sí mismo, abriéndose paso entre el repiqueteo incesante de la lluvia sobre el asfalto. Mañana, o más bien hoy en la tarde regresa mi hermana de sus segundas vacaciones, hace un par de semanas me pidió que pasara por la casa de mis padres y regara las plantas. Supongo que no están muertas, supongo que para ellas dos semanas sin agua no son lo mismo que dos semanas para mí. No tiene mucho sentido que vaya a regarlas esta noche con esta lluvia pero haciéndolo aprovecho y gasto del insomnio algunas horas de ceremonioso aburrimiento, revolveré y mancharé ciertas cosas por la casa para que vea que me he preocupado.

Al llegar abro las ventanas porque huele a cerrado y a humedad pero tras un rato tengo frío y las cierro. Enciendo la tele, hago zapping indiscriminado hasta que se me despierta el hambre. Me levanto y preparo un improvisado guiso con todo lo que está a mano. Mientras como me siento de nuevo delante del televisor, aunque ya sin prestarle atención.


No quiero amodorrarme en el sofá por eso me incorporo y voy hasta mi antigua habitación. Hay cuatro cajas enormes apiladas junto a la cama, contienen parte de los libros que fui acumulando en mi juventud. En una de ellas encuentro diversos archivadores con estúpidos relatos que no me entretengo a revisar. Debajo, en una carpeta infantil descubro un viejo manga de Naoki Urasawa y una joya que creía perdida, cinco tebeos del Príncipe Valiente en su edición original en fascículos. Pese a que de pequeño siempre le dediqué más tiempo y pesetas a los cómics de Spiderman y de los X-Men guardaba especial cariño a aquellas tardes de siestas que yo me negaba a dormir porque prefería devorar el único cómic que heredé de la exigua biblioteca de mi padre. Entre las hojas sueltas del genio Hal Foster me aguarda otra sorpresa, trece páginas de mi propio esfuerzo y entusiasmo, el segundo cómic serio que dibujaba en mi vida después de una particular versión de Dragon Ball. Recuerdo que partió de mi hermana la idea primigenia, aunaba prácticamente todos los clichés de la serie de novelas Dragonlance, pero enseguida me desentendí de sus aportaciones y me apoderé del control de la historia. Mientras mis amigos comenzaban a emplear sus fines de semanas en ocupaciones pro-adolescentes yo apuraba la luz de las tardes escuchando viejos éxitos de M80 Radio y desangrando bolígrafos.


Una floja y peligrosa sonrisa proveniente de la memoria pende de mi boca, aproximándome otra vez a la persona de la que he huido unas horas antes gracias a la lluvia, encarnándome, comprimiéndome para dejar de ser el-parecido a mí y ser el-yo de nuevo. Activo mi cuerpo procurando retrasar este momento inevitable unos minutos más, me incorporo y guardo mis tesoros en la bandolera. Antes de salir me fijo en el lomo negro de un libro de la inconfundible editorial Cátedra, es una antología de Carlos Bousoño. Es curioso que en mis anteriores redadas me hubiera pasado desapercibido, fueron sólo libros de poesía los que rescaté cuando me fui.

Las páginas que están dobladas indican poemas que me gustaron cuando lo leí; hojeo alguno preguntándome que fue lo que en su momento me sedujo de ellos. Obtengo respuesta de tan solo uno, leo un fragmento en voz alta y salgo a la calle por fin.

[…]
Llovía en la ciudad inmensamente
y hacía frío además, pero tú ibas
bajo el agua torrencial, enjuta; indemne
en otro sitio
irrespirable, caluroso, seco,
bajo de techo, sin ventanas, pobre,
allá en otra estación
de otro tiempo tal vez,
donde tú padecías, sin mojarte
jamás
[…]

martes, 20 de octubre de 2009

I Love You But I've Chosen Darkness


No, sólo son las siete de la mañana y no puedo dormir. Sí, ya lo he intentado.

Cuando el nombre de vuestra banda es más largo que cualquiera de los títulos de vuestras canciones los fans tienen un grave problema a la hora de recordar a sus colegas cómo sois de buenos.

Los tejanos de I Love You But I've Chosen Darkness se llevan la palma. Es uno de esos grupos que independientemente de lo bien que suenen están condenados a las minorías o a la extinción. En nueve años sólo se han currado el Ep de bautismo y un álbum (Fear Is on Our Side), lo que sin duda no ayuda para el caso. Además su página web ha expirado y su myspace no se mueve desde mayo… hacendosos no parecen ser los muchachos… o también puede que a estas alturas ya estén muertos.

A mí me gustan, justamente por eso, porque cabe la posibilidad que a excepción mía en este momento nadie más tenga una carpetita con su nombre en el mp3.

miércoles, 14 de octubre de 2009

Flesh For Lulu


Estoy escuchando Let Go, un temazo de Flesh For Lulu, difunta banda de la cual ustedes no tienen ni puta idea, pero no pasa nada, porque yo casi que tampoco. Ha surgido en mi ordenador a un click de más de doscientos gigas de álbumes que hay en una carpeta con un sencillo “música” por título. Toda la información que de ellos facilita allmusic.com, (tal vez la enciclopedia web más importante de música anglosajona), es un sucinto:
This British band (1983-87) had a gloomy Gothic punk sound. "I Go Crazy" was a college radio hit.

I Go Crazy… la verdad, suena a petardeo ochentero del barato, no así los dos primeros discos que les recomiendo si no tienen mejor cosa que hacer.

¿Y qué hago yo a las tantas de la madrugada escuchando a unos punkis de pasarela? Pues trataba de escribir algo nuevo en este blog de mierda que tengo pero me ha entrado sueño así que mejor me voy a ir a la cama, otro día les descubro cómo ligar con una camisa hawaiana o cómo dar credibilidad a un discurso con tan solo cambiar de acento.

lunes, 14 de septiembre de 2009

Trying to Kill These Vampires


Este soy yo. Tengo doce años y estoy desnudo frente al espejo. Mis padres duermen en la habitación contigua. He cerrado la puerta del baño con el pestillo tratando de realizar el menor ruido posible. Puedo ver mi corazón latir dentro del pecho, ajeno a mí, indiferente a lo que estoy dispuesto a hacer. He cogido unas tijeras del neceser de mi madre, una de esas minúsculas que se utilizan para cortar las pielecitas que afean el contorno de las uñas. Pellizco la yema del dedo índice de la mano izquierda con ellas, las abro y las cierro una y otra vez sobre la carne, evaluando la resistencia de la piel a la presión que yo ejerzo. Aumentándola en cada ocasión, preguntándome si sería capaz de romper la ley natural que nos impele a huir del dolor, a protegernos de él. Considero que si las apretara por accidente con la suficiente fuerza para cortarme no habría violado intencionadamente esa ley y aun sufriendo el mismo efecto continuaría sometido a ella. Por lo tanto debo respirar hondo y cruzar ese límite antes de que sea tarde, antes de que mañana, por ejemplo, me caiga de la bici y me rompa el brazo, antes de que las circunstancias dominen el mismo resultado.

Antes de darme cuenta he oprimido violentamente el filo de las hojas contra la superficie hasta conseguir rozar el hueso con la punta una vez cerradas dentro del dedo. La sangre no ha surgido de inmediato, sino uno o dos segundos después de que retirara las tijeras. Ha brotado una enorme gota en el centro del corte, hinchándose como un globo en la boca de un tarado. Luego, rota la tensión superficial, ha resbalado a través del dedo para salpicar de un rojo febril y oscuro en el blanco inmaculado del lavabo. Y detrás ha aparecido el dolor, un dolor intenso, grosero, extendiéndose desde la extremidad hasta la conciencia como si todo desapareciese con él, como si todo le concerniera a él.

Me he asustado porque la sangre no se ha detenido, mana de la herida igual que agua de un grifo entreabierto. Me pregunto si ha existido alguien que ha muerto desangrado por un corte en el dedo. Me pregunto que podría explicarles a mis padres si uno de ellos llegara a levantarse y me viera allí, desnudo, sujetándome la mano izquierda, mirando como la sangre vertida se va deslizando por la curva del lavabo para desaparecer por el desagüe, imaginando como calienta e ilumina la negrura de las tuberías a su paso, como se mezcla con el agua, el jabón, la suciedad de otros ayeres…



Este soy yo. Tengo treinta y un años y estoy tumbado en la cama. Mantengo los ojos abiertos pero no consigo distinguir nada. Me hallo cubierto por diez mil millones de moléculas que irradian oscuridad. Hay tantas a mí alrededor y permanecen tan próximas unas entre otras que no puedo moverme. Se aprietan de tal manera contra mi cuerpo que pareciera que quisieran atravesarlo. A duras penas me resisto, tratando de inspirar a mi modo, evitando el aire que me abraza sólido como la madera de un ataúd, respirando hacia dentro, hacia el pasado, respirando el oxígeno que no gasté horas antes. Aquí, bajo esta luz opaca lo único que me diferencia de los muebles es la memoria, mi capacidad para recordar acontecimientos pasados y darles una continuidad en el tiempo. No obstante si los perdiera todos no me convertiría en uno de ellos. Y no entiendo muy bien porqué. Aunque perdiera la misma capacidad de recordar tampoco sería uno de ellos, incluso si se detuviera el eterno movimiento del pensar no estaría muerto.

La gente suele identificar la muerte con la aniquilación y por ello la teme, tiene miedo de desaparecer, de no ser más, de dejar de ser uno mismo, de perder la identidad. Pero se puede perder ésta y no estar muerto. Eso no lo piensan, piensan que la muerte es el fin, su fin, el fin personalizado de fulanito de tal, del yo con nombres y apellidos. Lo que no temen es que un día bajen a la calle de camino al trabajo y no recuerden como llegar, que tampoco recuerden como regresar a sus casas. Imaginen que olvidan la ciudad en la que viven, que nombre es el suyo, quiénes son sus amigos, con qué personas no cruzaría ni una palabra. Imaginen que aprietan accidentalmente el botón de resetear en sus conciencias. Dejarían de ser lo que son, comenzarían de nuevo, pero no estarían muertos.



Este soy yo. Tengo sesenta y tres años y estoy bebiendo café para no dormirme esta noche. Podría no dormirme en absoluto, podría estar despierto una semana, pienso que me gustaría. Fabulo. Debería existir un método por el cual fuéramos capaces de ahorrar en nuestros cuerpos el excedente de sueño, de dormida, lo que nos sobra esos días que no nos apetece hacer nada y los pasamos tumbados en el sillón. Debería existir un banco del descanso, en el cual nosotros pudiéramos ir guardando, pieza por pieza, unidad por unidad, todos los minutos que pasamos sin mover un músculo, sin gastar energía… para luego, llegado el momento, estuviera a nuestra disposición cuando lo necesitáramos. ¿Por qué debemos dormir todos los días? ¿Y por qué además comer todos los días? ¿Por qué no es posible ingerir el alimento de toda una semana en uno? Y así olvidarse del desayuno, de la comida, de la cena, de ir a la compra, de buscar las ofertas, de elegir que es lo que te gusta, que es lo que te apetece, de subir a casa cargado y disponerlo todo en nevera y armarios, de verter aceite en una sartén, de encender el fuego, de hervir el agua antes de echar el arroz… ¿no sería mejor dedicarse a ello tan sólo y concienzudamente una vez por mes, por semana como mucho?

La naturaleza posee un carácter cíclico, rutinario, exige unos mínimos diarios a cumplir, y con eso le basta, el superávit se desecha, es desperdiciado, hay conformidad con el suficiente, con un cinco pasas a la siguiente jornada, los ochos y los nueves no son recompensados, de hecho se penalizan, si te pasas debes abonar el sobrante hasta recuperar de nuevo el equilibrio del cinco.

Sería extraordinario disponer de las palabras exactas un día, no de palabras justas sino de palabras deslumbrantes, palabras con la luz excesiva de un sol, palabras que hagan sangrar los oídos, palabras que lo digan todo de una vez y luego callar para siempre. Sí, sí sería extraordinario, por ejemplo, aprobar con notable alto el curso de amar, de follar, de escribir poesía y olvidarse ya de la tarea. Odiar con sobresaliente en un momento dado, con el pelo, con el estomago, con los dientes, odiar insensatamente y más tarde no odiar mas. También pensar, pensar en esto, en aquello, en lo otro, pensar en lo que ha sucedido, en lo que sucede, lo que está por suceder, pensar en qué quiso decir aquel tío con eso de asustar a un notario con un lirio cortado, pensar en buscar trabajo, en mirar la programación de la tele el miércoles, en regar las plantas, en la miradita de esa anciana esta tarde en el metro… pensarlo todo para mañana no pensar en nada. Mirar con una matrícula de honor guardada en el bolsillo, un país nuevo, la exposición de un don nadie, la puesta de sol en el Templo de Debod, mirar a los ojos a alguien y clavarle el alma junto al puesto de periódicos, mirar con lágrimas en los ojos todo el rato, con el fuego del primer instante, o del último. Mirarlo todo y acto seguido ir a la tienda y comprar unas gafas de sol bien oscuras.

Deberíamos poder elegir.

domingo, 30 de agosto de 2009

Aínda por enriba!

Imaginen por un momento que poseen una licenciatura en psicología y hay un tío sentado en el diván de su consulta con una cara de gilipollas bien parecida a la mía. Después de un somero análisis de la situación tendrían el típico diagnóstico de síndrome depresivo postvacacional agravado por una insólita visión negativa de las cosas. Nada que no pueda arreglar un par de palmaditas en la espalda. Claro que ustedes no cuentan con que ese tío siga de vacaciones y menos que pretenda prolongarlas indefinidamente. Va a ser que esas palmaditas no van a ser suficientes.

El asunto es que uno no se da cuenta de que es estúpidame
nte infeliz hasta después de haber experimentado de manera provisional todo lo contrario. Coño, vete tú a decirle una vez lo ha visto que se conforme.

El jueves en el último transbordo me encontré con uno de mi
s compañeros de piso que regresaba del trabajo, ya que los dos coincidíamos en el mismo destino habría resultado un tanto embarazoso mirarnos la punta de los zapatos ignorando que el otro existiera, así que intercambiamos quince frases hechas administrándolas entre estación y estación de modo que los silencios no se extendieran más allá de las buenas maneras. Al llegar a casa nos deseamos las buenas noches abriendo la puerta de nuestras respectivas habitaciones como si lo único que compartiéramos fuera el pasillo de un hotel. En mi habitación hacía un calor infernal, para colmo durante mi ausencia habían enyesado parte de la pared detrás del escritorio con problemas de humedad y todo lucía desordenado, sucio e inhabitable. Pese a estar muy cansado bajé de nuevo a la calle y caminé durante un rato tratando de inhalar la dosis exacta de oxígeno. Inhalé una buena cantidad.

Hoy dilaté el sueño tanto como pude, al levantarme me dolían las órbitas de los ojos y aun esforzándome he tardado cinco minutos en poder enfocar bien las imágenes del televisor. Este me habría ocupado el resto del día pero la nebulosa ha persistido luego de manera remota a cada pestañeo obligándome a prestar atención solo a intervalos. He apagado la tele y me he concentrado en limpiar a conciencia mi habitación. Una vez limpia, sin rastro de polvo o suciedad en los muebles, he restituido todo a su lugar correspondiente. Más tarde he desmontado las cortinas y las he lavado con la ropa sucia. Al sacarlas de la lavadora comprobé con alegría que eran más blancas de lo que esperaba, no sé porqué volver a colgarlas me ha hecho sentir bien. Acto seguido me he decidido por deshacer finalmente la maleta y he puesto una segunda lavadora. Mientras acababa he aprovechado para ducharme y cenar algo, sería la una y media de la madrugada cuando he tropezado haciendo zapping con La leyenda del indomable, aunque ya la había visto varias veces me la he tragado hasta el final. No me ha complacido ni más ni menos que en ocasiones anteriores. He encendido el ordenador, tenía un correo de Diego, con nuestras fotos en el mirador del zoo desde el que se divisa toda la ría de Vigo.


Me gustaría tener más fotos, fotos que ilustrasen cada uno de los momentos de esa semana de vacaciones, pero no las tengo.

Fotos escaleras arriba, escaleras abajo en el Mais Palá.

Fotos en la playa de Samil vestidos de pantalón largo.

Fotos de copas a tres cincuenta en las terrazas de Montero Ríos.

Fotos de exóticos cócteles en malasañas gallegas.

Fotos de menús de guardia en La Tecla.

Fotos de belgas con tatuajes belgas que hacen auténticos gofres belgas.

Fotos hinchándonos a pimientos de padrón en O Garfo.

Fotos en el paseo de Bouzas.

Fotos partiendo el bacalao en La Lola o Lolita o Lo que sea.

Fotos de camareras en el Quadrophenia.

Fotos de empanadillas en el Carballo.

Fotos de albariños con tapa sin cebolla en El Imperial.

Fotos reclamando maletas perdidas.

Fotos en un osario del cementerio de Cangas.

Fotos de “calzones” como zeppelines.

Fotos de pasapalabras y sushi caseros.

Fotos de conversaciones hasta las tres y más de la mañana.

Fotos, fotos, fotos…


Fotos siendo feliz. Una felicidad tan extraña y ajena durante el resto del año pero que a vuestro lado aflora con espontaneidad y sencillez, que parte natural de las circunstancias y sobre todo a consecuencia de vosotros y por causa vuestra. Gracias chicos/as, gracias por todo, gracias por los detalles:

A Lore, por su confianza indiscriminada, por preocuparse de que todo sea más fácil, más hermoso, por cuidarnos, por mimarnos, por cada abrazo, cada uno más sincero, más cariñoso, más prolongado que el anterior…

A María, por ese desconcertante y contagioso júbilo, por aquel paseo interminable que me permitió conocerla un poquito mejor, lo suficiente para asegurarla en ese lugar del corazón dónde las personas que de verdad importan tienen que estar…

A Pato, porque cada cosa que hace y dice no está antes hecha o dicha hasta que ella la hace o la dice, por mirar su reloj y determinar las diez y media como última hora para coger el barco de regreso, porque yo no tenía ninguna gana de regresar…

A Diego por permitirnos manchar las paredes de su casa con nuestras manos y nuestros pies pintados de colores, por su extraordinario don para provocar carcajadas, por darme trabajo…

A todos los demás, que conozco menos pero que también he disfrutado de su compañía, Anti, Uxío, Felix, Berto, Mon

A David, por supuesto, que me ha permitido conoceros a todos, y que de algún modo debe haber batido un record mundial en la categoría amigos de puta madre, habrá que reconocerle el mérito, claro…


¡Hala! ¡Hala! ¡Qué os echo de menos! Mucho!

Besos, abrazos y todo lo demás.


domingo, 9 de agosto de 2009

Being Vampires

Estoy cansado, cansado de la manera en la que nunca lo he estado, no podría dar un paso más aunque mi supervivencia dependiera de ello, ni tan siquiera podría gritar o pedir auxilio… sólo sentarme en la piedra caliente y esperar, esperar, esperar.

Cuando estoy muy cansado viene a mi cabeza un famoso poema de Dylan Thomas…

The force that through the green fuse drives the flower
Drives my green age; that blasts the roots of trees
Is my destroyer.
And I am dumb to tell the crooked rose
My youth is bent by the same wintry fever.

[…]

Por supuesto yo recuerdo la versión traducida pero a ustedes le escribo el original por respeto al poeta. Por lo común a la gente no le gustan las cosas que no entienden, necesitan tener una descripción precisa de los hechos para después juzgarlos con su milagroso sentido de lo que es justo y lo que no. En el instante en el que le dan nombre, en el exacto momento en el que le confieren una identidad y la registran en sus memorias, en ese intervalo también le despojan de vida, de verdad. Pienso que Dylan Thomas comprendió esto y pienso que la única forma de transmitirlo es no apuntándolo directamente con el dedo.

¿Dos?, ¿tres horas? Llevo sentado tanto tiempo aquí que los ratones han dejado de considerarme una amenaza y circulan con toda libertad entre la alcantarilla y los arbustos en busca de restos de comida. Debería regresar a casa, me gustaría regresar pero creo me he acostumbrado a esta posición, la de estar sentado y esperar. Es mejor que nada, es mejor que continuar caminando, mejor que arrástrame hasta una maloliente boca de metro y encerrarme en un cubículo con personas que no conozco hasta que una dirección familiar en la pared del andén me salve. En los vagones del metro siempre hay gente, no importa qué hora señalen las agujas del reloj, nunca he accionado el dispositivo que abre las puertas y me he encontrado un vagón vacío, siempre hay gente, paralizados, incómodos, mudos, como si estuviera penalizada cualquier tipo de actividad salvo la de leer el periódico, mirarse la punta de los zapatos o dirigir la vista a un punto muerto. Yo les miro, clavo mis ojos en ellos, los escudriño aun cuando a poco sienten el escozor de mi mirada y levantan entonces la suya hacia mí como si me interrogaran: bien, ¿qué quieres tú? Y hay una ligera basculación en sus pupilas que bien valdría ser miedo, miedo a estar expuesto, miedo a ser descubierto, miedo, miedo, miedo a veces tan agresivo que les agrieta la piel hasta la carne roja del músculo. Y sí, es entonces mejor, mi juicio menos justo, más acertado, cuando siento la retina desprendiéndose en delicados y finos hilos del globo ocular, flotando en el espacio muerto que nos separa, girando lenta, helicoidalmente a través del vagón, en busca de ti, de la cicatriz que el miedo ha abierto para que la masa acuosa de mis ojos pueda filtrarse en la carne como la lluvia en el tejado de un edificio abandonado.

El hombre que atraviesa la plaza está muy delgado, parece que acabara de salir de un centro de desintoxicación para heroinómanos. Lleva una camisa de un blanco indefinido y unos pantalones vaqueros, avanza ágilmente pero sin prisa, a ratos mueve los brazos, reaccionando a un particular fragmento de cierta canción que le gusta. Me levanto por fin y resuelvo seguirle algunas calles. No se apercibe de mi presencia, camina siguiendo un itinerario supuestamente preestablecido, mostrando poco interés por las cosas que suceden a su alrededor, despreocupado y taciturno al mismo tiempo. Si no estuviera tan fatigado sería fácil llegar a su altura y mirarle a la cara. Mirar la cara de alguien dice mucho de ese alguien, claro que la vestimenta asimismo lo dice, y la maniobra de apartar un mechón de pelo de la frente, y como se toca la clavícula antes de decir algo importante, y el ángulo de flexión de la columna vertebral… ese tipo de cosas. Pero es el semblante, es cada línea que lo perfila, cada gesto obligado, cada mueca imperceptible quienes definen a su poseedor… si se presta el debido cuidado no sólo indicará qué tipo de vida lleva también expondrá qué piensa, qué apunta, qué siente o ha sentido, qué ha deseado, qué ha temido… y su historia entera hasta el detalle del día trece de febrero de mil novecientos noventa y cinco.

Considero abandonar mi persecución cuando de improviso se desvía de la ruta que había venido siguiendo para girar en la bocacalle de la izquierda que está peor alumbrada, no recorre más que diez o quince metros antes de detenerse frente a uno de los portales. Me pregunto si después de torcer la esquina y hacerme visible la curiosidad me otorgará el coraje de acertar el final a esta locura. En el último momento impido con el pie que la puerta se cierre. Escucho el chirrido del ascensor al elevarse y luego el golpeteo de la mampara metálica una vez detenido. Por el intervalo deduzco que ha debido bajarse en el cuarto o el quinto. Subo por las escaleras y compruebo en cuál de ellos la portezuela del ascensor está iluminada. En efecto, en el quinto piso acaban de cerrar la puerta de una de las viviendas al fondo del pasillo. El corazón golpea en mi pecho como la patada caprichosa de un niño a una lata vieja. Mientras avanzo por el corredor noto el sudor debajo de mis axilas empapando la camisa e irracionalmente llevo allí mis manos como si quisiera detener una hemorragia. Con las manos todavía debajo de los brazos me inmovilizo junto a la puerta y pego la oreja en ella tratando de distinguir los movimientos que se producen dentro de la casa. Después de un rato desisto, me separo de la puerta y meto las manos en los bolsillos. En el de la derecha guardo las llaves de mi propio domicilio, suena un tanto idiota pero estoy convencido que si las introdujera en la cerradura y las hiciera girar la puerta se abriría. Dudo unos instantes antes de hacerlo. Con extrema cautela para no ser oído desde el interior encajo la llave que desplaza el pestillo sin dificultad. La casa está flanqueada por un estrecho corredor que va dando paso a las diferentes estancias. La luz de la cocina está encendida sin embargo no hay nadie, sobre la nevera un par de imanes sujetan un folio con los turnos de limpieza, han dividido la casa en tres secciones, salón-pasillo, cocina y baño que se reparten de manera rotatoria cada semana entre los inquilinos anotados: Rubén, Andrés, Manu. Uno de esos tres nombres es el suyo. Al final del corredor en otra habitación la luz también está prendida y tampoco hay nadie. Una docena de camisas cuelgan de sus perchas repartidas por los diferentes rincones del cuarto a modo de decoración, sobre la cama que parece llevar varios días sin hacer está situada una librería de una sola altura ocupada sólo por libros de poesía, a su lado un mueble abierto con diversos estantes dónde se apiñan discos y algún objeto de higiene corporal. En la pared opuesta lucen más estantes anegados de más libros, un feo armario y un pequeño escritorio igual de feo. Encima del escritorio hay un ordenador portátil y un fino volumen abierto boca abajo. Me siento en la silla del escritorio imaginándome la cara que pondrá cuando me vea aquí, tratando de concretar primero sus facciones para cuando entre y me vea ahondar luego desde la imagen en él.

No quiero preguntarme más cosas, de momento está bien así. Sólo preciso aguardar su aparición. Sólo esperar. Cojo el libro que está sobre el escritorio y leo el final de la página por la que estaba abierto.

[…]

And I am dumb to tell a weather’s wind
How time has ticked a heaven round the stars.

And I am dumb to tell the lover’s tomb
How at my sheet goes the same crooked worm.


martes, 28 de julio de 2009

El Happy Birthday del día: Pato


Pato hizo este dibujo perfectamente sobria en una servilleta de papel a las cinco y media de la mañana vete a saber en qué antro de Vigo.

Ustedes no lo saben pero dibujar en servilletas de papel a las cinco de la madrugada es una de las mejores cosas que se pueden hacer a las cinco de la madrugada en un bar, por supuesto, la otra mejor cosa es seguir bebiendo, pero eso no tiene demasiado merito.

La primera vez que vi a Pato estábamos la pandilla recién llegados a Galicia, fue la primera vez que también coincidía con esas otras dos amigas de premio Nobel que atesora David, Lore y María, y la primera vez que asociaba la ciudad de Vigo como sinónimo de vacaciones. Habíamos alquilado un coche y Santi condujo la noche entera mientras yo obligaba a todo el mundo a escuchar mi música a todo trapo, ni que decir tiene que en el momento en que me ofrecieron una cama, una vez alcanzamos nuestro destino, acepté de inmediato. Cuando desperté era bien entrada la tarde y en casa de María había llegado más gente, no recuerdo cuanta más. Dialogaban no sé muy bien de qué, creo no participé mucho en la conversación, además no se extendió demasiado, Pato tenía que tomar a la hora el ferry que la llevara de vuelta a Cangas si no quería tener que esperar al siguiente. María la llevaría hasta el puerto y David y yo decidimos acompañarlas. En el coche se habló de bastantes cosas pero tampoco recuerdo de qué, recuerdo que llegamos con el tiempo justo y que décimas de segundo después de que Pato comprara el pasaje el barco soltó amarras, recuerdo como nosotros continuábamos animándola a cogerlo aun cuando ya lo había perdido y recuerdo que me alegró que lo perdiera.

Bueno, y quién es Pato se preguntaran algunos de ustedes. No soy el más indicado para darles una respuesta. Yo no sé muy bien quien es Pato, apenas la he visto un par de veces, sé que lee libros en varios idiomas, que le encanta la música, que es fanática de Suede, The Smiths, The Cure, de los Manic Street Preachers, lo cual no es muy arriesgado, si lo es ya en el caso de Dolly Parton, New York Dolls, Siouxsie & The Banshees… sé que debe mirar la lluvia desde la ventana de su habitación, que cierra la puerta y a veces se pone a bailar, sé que le chifla hacer listas del cien al uno, del cuarenta al cincuenta, del dos mil hacia delante, sé que últimamente tiene fijación con los prerrafaelistas, sé que odia que la estafen en el cine, que ama las películas de terror y la serie B, sé que regala christmas artesanos a sus amigos y tarjetas de felicitación que hace ella misma, sé que de alguna forma conseguiré leer más de esas inquietantes historias de gemelos que guarda celosamente en varios de sus cajones, sé que colecciona pegatinas, cachivaches y alguna rareza, sé que no sabe en qué momento una de las estanterías de su cuarto se vendrá abajo y la sepulte una tonelada de mangas, sé que viajará a Japón y pedirá un café con leche en japonés, sé que en un futuro próximo ganaremos el maldito certamen de comic de Cangas aunque tengamos que hacer trampa, sé que no comprende porque esos enanos no se pueden estar callados y quietecitos atendiendo a algo por lo que sus padres han pagado, sé que se muere de vergüenza cada vez que hace un buen chiste y nadie lo entiende, sé que no le gustan los exámenes, sé que adora meter cosas en un sobre, cerrarlo, ponerle un sello y meterlo en el buzón, sé que es mucho mejor cuando toca abrirlo, sé que a veces se pregunta cosas que nadie se pregunta y se pregunta por qué coño nadie se las pregunta, sé que hoy es su cumpleaños…

Feliz Cumpleaños Pato.

miércoles, 8 de julio de 2009

Making Vampires

Sudando. Estoy tumbado en la cama sin mover un músculo y no paro de sudar, me digo que si pudiera concentrar en un punto todos mis pensamientos y relajarme sería capaz de detener el sudor, pero sé que es imposible, como lo es parar los latidos del corazón. Algunas cosas son imposibles, se conforman con seguir su curso.

Me levanto y enciendo el ordenador, abro una página de Word y pienso en escupir algo de literatura auto-condescendiente que luego colgaré en mi blog. Como no se me ocurre nada me entretengo en pasar un par de viejos recopilatorios de Joy Division de audio a mp3, los escucho y ambos me parecen geniales, aunque solo me decido a incluir uno en el reproductor. Me recuesto otra vez en la cama con los auriculares salpicando sobre mi cráneo la voz siniestra de Ian Curtis… Walk in silence, Don't turn away, in silence. Your confusion, My illusion, Worn like a mask of self-hate, Confronts and then dies. Don't walk away…

A la hora despierto con las sabanas pegadas al cuerpo, tratando de precisar el nombre de la persona con la que he soñado. Ésta, en el sueño, primero me ha regalado una maceta con girasoles gigantes y después, en otra localización, (al inicio era una casa de campo), ha sido portadora de una mala noticia. No he logrado recordar más detalles, pese a poner todos mis sentidos en ello ha sido imposible, y la impotencia ha terminado por focalizar en otra parte de la memoria esa sensación de desasosiego que arrastraba desde el principio de la noche.

Abro un paquete de galletas y me siento delante del televisor esperando a que éste me calme, desgraciadamente a esa hora solo dan estúpidos concursos o anodinas reposiciones de conciertos de jazz y no tiene el efecto de siempre. Opto por darme una ducha y mientras el agua fría me abofetea pareciera que funciona, que no pienso, que no siento… pero es cerrar el grifo y todo vuelve a la normalidad. Miro la imagen que me devuelve el espejo como si fuera la de un desconocido, he debido perder cuatro o cinco kilos estos últimos meses, no es mucho pero para alguien de mi constitución supone un acontecimiento catastrófico, estoy casi peor que Christian Bale en El Maquinista. Conduzco mi mano sobre el abdomen ascendiendo por los costados hacia el tórax palpando cada una de las costillas que amenazan con salir en cualquier momento disparadas de la carne, me detengo en la primera izquierda, cerca del esternón, en el punto que todavía me duele desde el incidente, presiono gradualmente hasta que suelto un gritito.

Son las cinco de la mañana y estoy sudando de nuevo. Me visto, cojo algo de dinero, salgo a la calle.

Desciendo a la carrera por la calle de Atocha, estoy corriendo porque llego tarde a una cita, he quedado con Víctor en El Retiro, aunque no es así como lo recuerdo, está atardeciendo y me gusta correr, no entiendo muy bien la razón pero me gusta, corro casi todas los tardes, un día lo hice durante una hora y cuarenta y tres minutos, luego tuve una tendinitis en ambos tobillos y ya no corrí más, no podría ser corredor de fondo, pero me daba igual, tendría que elegir otra cosa, no recuerdo qué cosa fue la que elegí pero no era seguir corriendo así que no me explico porque lo estoy haciendo ahora, aunque tal vez no lo haga, tal vez lo imagine, lo recuerde, proyecte un recuerdo hasta mí que soy en el presente y me identifique con él. Bien, entonces ése que fui yo corría calle abajo por algún motivo, se detenía junto al semáforo, alzaba la vista y observaba los árboles meciéndose al compás como las olas del océano cuando se aproximan a la orilla, observando el destello de la luz moribunda del sol atravesando una celosía de hojas doradas, el rugido de los autos, su volumen y movimiento, el espacio físico que ocupaban momentáneamente en el tiempo, las personas que esperaban a que el muñequito verde del semáforo resplandeciera, inquietas, ansiosas, desconfiadas, adormecidas… Ése que creo fui yo, inmóvil, también a la espera, imponiéndose la necesidad de convertir la realidad primero en experiencia y luego en memoria, en pasado… Ése ¿alguna vez estuvo vivo? ¿Tiene algo que ver conmigo, con mi yo, ahora, que siento, pienso y actúo? ¿Acaso pensaba, sentía, actuaba él? ¿Pienso yo ahora, siento, actúo o es que sólo lo recuerdo?...

Apago el reproductor, lo meto en el bolsillo y estiro los brazos. He llegado hasta Ciudad Universitaria desde mi casa, ya ha amanecido y hay en el aire un matiz frío y puro como si se hubiera derramado un pedazo de cielo sobre la tierra. Me descalzo y refresco mis pies en la hierba. Quedo allí durante un momento, sin moverme, esperando que llegue alguien y apoye su mano sobre mi hombro, que me diga lo que tengo que hacer a partir de ese momento, cómo debo regresar a mi casa, cuándo he de cepillarme los dientes, qué palabras son las adecuadas, a qué hora debo despertarme… Llegará, lo recuerdo, ha venido ya muchas veces, pero mientras soy libre, estoy respirando, inevitablemente, solo, pequeño, triste, feliz…

Me aseguraré de poder recordarlo.

jueves, 18 de junio de 2009

Experiencias cercanas a la estupidez y a la muerte

Bueno, por fin tengo algo nuevo que contar, últimamente mi vida se había vuelto bastante más insípida de lo habitual, aunque la verdad es que me hubiera gustado que continuara siendo tan insípida como siempre. Ayer por la noche cuando regresaba a casa me atracaron en el mejor estilo arrabalero posible, casi no lo cuento. Nunca había sufrido un robo con violencia pero uno sabe por el noticiero que esas cosas están a la orden del día. Hace unos meses vi en la televisión un reportaje sobre una banda de atracadores que estaba provocando un clima de terror e inseguridad en el mismo centro de Granada. Estaban especializados en el robo por el método del estrangulamiento, uno de los atracadores se sitúa a espaldas de la víctima y rodea con su brazo el cuello de ésta, presionando sobre la zona de la carótida interrumpiendo la llegada de sangre y oxígeno al cerebro, la persona inmovilizada no puede gritar ni defenderse, finalmente pierde la consciencia; mientras, un compinche rebusca en los bolsillos de la víctima sustrayendo los objetos de valor. No los escuché acercarse, estaba intentando desenredar el cable de los auriculares del mp3 cuando noté una presión muy fuerte y violenta en el cuello que de inmediato me imposibilitó respirar, la impresión de asfixia era tan salvaje que no podía sentir otra cosa que mis pulmones implosionando. Aun fui capaz con mi mano izquierda de meter la mano en los bolsillos del vaquero y extender a la altura donde yo suponía estaba la cabeza de mis asaltantes el botín que esperaban llevarse. Saqué la cartera y se la ofrecí, la tiré al suelo, saqué el móvil y repetí la misma operación… lejos de tomarse el gesto como una rendición el colega siguió apretando hasta que me desmayé. No sé cuánto tiempo permanecí inconsciente, me desperté tirado en el piso con la extraña sensación de haber estado soñando, el asalto era un recuerdo lejano y borroso y sólo tomé conciencia de él al comprobar que ni mi móvil ni mi cartera ni m mp3 seguían conmigo. En algún momento del estrangulamiento mi esfínter urinario hubo de relajarse porque me había orinado encima, comprobé que la pernera del pantalón no estaba muy húmeda como si hubiera comenzado a secarse por lo que deduje que tuve que permanecer tirado en el piso algunos minutos. Al incorporarme me dolía horrores el cuello y notaba una presión indefinida en el pecho pero estaba contento de poder respirar con normalidad. Había dos chicos con un perro escaleras abajo, me acerqué para preguntarles si habían visto algo. Me sentía un poco idiota como si les estuviera acusando de no haberme prestado socorro… pero qué puedes esperar de una ciudad como Madrid. Vieron tan sólo a dos tipos corriendo calle arriba. Les di las gracias e hice un amago de salir en su busca. Imbécil de mí. Merodeé por los alrededores por si los ladrones se habían desecho de la cartera una vez comprobaron no tendría más que unos pocos euros. Era una cartera de piel que compré en Marruecos y le tenía relativo cariño.

No creo en el castigo divino ni en el destino ni en nada de todas esas cosas pero sí que puedo afirmar que esa noche acumulé el suficiente “mal karma” para merecerme lo que me pasó.

Había quedado con mi amiga Cris y mi amigo Joaquín para tomar algo, desde mi cumpleaños no les veía y me apetecía gastar una noche en su compañía. Y todo es normal, alegre y distendido hasta que he tomado dos o tres copas de más, me vuelvo hipersimpático y empiezo a comportarme como un auténtico gilipollas. Todas esas idioteces de las dinámicas, ruedas interpretativas y demás… Los que me conocéis mejor sabéis de lo que hablo. Hay un momento de la noche en el que consuetudinariamente me entra la manía de interpretar personajes, y no sólo eso sino que trato que todos los que están a mi alrededor colaboren. Si se negaran o pasaran de mí me emberrincho como un crío y comienzo a tocar las pelotas, joder, toco mogollón las pelotas a la gente, no sé como nadie me ha partido la cara todavía. Pero lo malo es que algunas veces toco las pelotas a mis amigos, David y Rosario pueden dar fe de ello. Ayer le correspondió el turno a Cris y creo le dije, utilizando un eufemismo, algunas cosas por encima de la inconveniencia. Se marchó más decepcionada que enojada y yo me quedé solo sentado en la barra del bar apurando mi copa, pensando en cómo iba a solucionar el desaguisado.

Tuvo la caballerosidad de agarrarme el teléfono y escuchar mis disculpas. Hablamos mañana, me dijo y colgó.

Hoy no tengo su número de teléfono para llamarla, no tengo el número de nadie.

Me tranquiliza especular que estuve en manos de un profesional del asunto, que tenía su experiencia a la hora de estrangular personas y que en todo momento controlaba la situación, que no era de esos otros, irresponsables, generosos en su esfuerzo, que confían más en éste que en su talento, primos hermanos de los accidentes y las catástrofes. Aunque ahora mismo solo puedo pensar que me duele el cuello una barbaridad, apenas puedo girarlo y el simple acto de deglutir me produce un latigazo de dolor insoportable. Mañana iré al médico para asegurarme que todo anda en su sitio.

No tengo ni idea si estuve a punto de palmarla o no pero hay una cosa de la que estoy seguro, no quiero despertarme al día siguiente de una borrachera avergonzado y con la obligación de pedirle perdón a un amigo, a los amigos no se les pide disculpas, la amistad por definición no contempla esa circunstancia, la amistad es algo sagrado, al menos lo es para mí, es lo único en lo que creo y en lo único que tengo fe. Intuyo que ya es hora de cambiar de personaje, dejar de ser el bufón nocturno en el que me convierto, el mismo que en el fondo solo oculta a un tío excesivamente tímido y lleno de complejos. No me apetece ser la reina de la fiesta ni divertir a los demás si eso supone que en algún momento voy a dar por culo a alguna persona a la que quiero. Concededme dos semanas, en dos semanas le cambio la careta al idiota.

...

martes, 12 de mayo de 2009

16 Números de Ficción



1

Steve me mira con sus ojos de pescado como si acabara de presenciar una resurrección. He desaparecido tan solo dos días pero en esta isla minúscula el record de desapariciones está fijado en cuarenta minutos veintisiete segundos. Podría preguntarme dónde he estado, dónde me he escondido, por qué mis ropas están sucias y mojadas… no lo hace, y se lo agradezco. Me tiende un Cd que acepto sin excesivo entusiasmo mientras me siento encima de la cama y me cubro con la toalla simulando secarme la cabeza para que no me vea llorar. Cierra la puerta y se va.

A veces tomas una decisión y no la puedes llevar a término simplemente porque el agua del océano está demasiado fría. El frío es tan intenso que los músculos de tu cuerpo no quieren obedecerte, deseas avanzar, dar una sola brazada y es imposible, lo único que consigues es chapotear de manera patética al lado de la orilla temblando sin control… comprendes que las decisiones más importantes de la vida y también las más estúpidas no dependen de la voluntad de uno sino que han de sucederse a un nivel invariablemente aleatorio.

Observo el Cd que todavía tengo entre las manos intentando descifrar la letra infantil de Steve a través de las lágrimas. Mike Scott’s Songs The Waterboys. Lo coloco en el reproductor, bajo las persianas y me tumbo en el suelo.

We're sailing in a strange boat
heading for a strange shore
We're sailing in a strange boat
heading for a strange shore
Carrying the strangest cargo
that was ever hauled aboard

We're sailing on a strange sea
blown by a strange wind
We're sailing on a strange sea
blown by a strange wind
Carrying the strangest crew
that ever sinned

We're riding in a strange car
we're followin' a strange star
We're climbing on the strangest ladder
that was ever there to climb

We're living in a strange time
working for a strange goal
We're living in a strange time
working for a strange goal
We're turning flesh and body
into soul


2

Ayer recibí una llamada. Al parecer él está aún más solo que yo. No sé realmente que pretende ofreciéndome de nuevo su amistad, amistad que revirtió y anuló hace unos años y que todavía escuece. No tenemos nada en común, no hice más que amoldarme un tanto a su personalidad y gustos, todos los que nunca en verdad han sido míos pero que fui adoptando para estimular su compañía. Prácticamente son sus palabras. Siempre fue una persona con una lucidez por encima de la media, hasta cuando cometía errores éstos mismos se resolvían en su gesto frío y seguro hasta regresar con la apariencia de ejemplo a seguir: “Haz algo”. Debería, claro, eso siempre ha estado presente, la actividad, la función y el sentido de la vida de uno, pero reconozco que cada vez con mayor intensidad me resisto ante el ineludible condicionante de hacer algo, de ser algo. Es estúpido, lo sé, tan estúpido como viajar a un país lejano y matar el tiempo en la habitación de un hotel. La vida es un enriquecimiento continuo, hay miles de cosas que aprender, que experimentar, sensaciones, emociones, perdidas y ganadas. Pero todo gira en torno a mí como las ruedas de un carro, nunca podría comenzar a contar desde el primer radio.


3

Apenas he comenzado el viaje y ya han basculado todas las emociones posibles que una persona puede experimentar, desde la euforia y el optimismo hasta la soledad, el cansancio y la tristeza.

Me vuelvo cada día menos previsor y ordenado. Poco he pensado en el viaje, ni siquiera deseaba comenzarlo, pero uno debe hacer algo, debe estar en movimiento, eso “aconsejan”.

He estado a punto de perder el autobús esta mañana, estoy demasiado acostumbrado a llegar tarde a cualquier sitio, si los españoles se tomaran en serio los horarios indudablemente lo hubiera perdido.

Al llegar a Salamanca en la misma estación compré de inmediato un billete para Oporto, no me apetecía quedarme un día entero en una ciudad tan al alcance de Madrid, entre más lejos mejor. El frenesí y la improvisación hicieron sentirme bien. Compré una empanada de atún y mientras iba mordisqueándola de camino al centro de la ciudad pensé cuan agradable es estar de viaje, que bueno es tener un destino en un horizonte mediano. Ahora sentado en un banco dentro de la catedral, (qué crueles edificios para los hombres), en esta atmosfera lúgubre e imponente salen a flote cada una de las amarguras que se van incubando a lo largo de la vida, los pequeños complejos, la autocompasión, la desesperanza y el absurdo.

Llevo esperando el toque mágico por quizá una década, desde que se abandona el albor de la juventud y uno se precipita de cabeza en la edad adulta, ese mísero resplandor que se estrecha entre el final de la alambrada y el simple anhelo de ser amado, ese otro lugar diferente, ese otro transcurrir diferente que todavía no he entendido del todo.


4

Estoy comiendo tallarines al tuco en un pintoresco restaurante en el barrio de San Telmo. Son una especie de fideos gruesos, amarillentos, con salsa de tomate y perejil. No sé si están buenos porque tengo tanta hambre que los engullo antes de que alcancen una temperatura prudente para no quemarme la lengua.

Los camareros son críos de entre once y trece años, como la mayoría parecen gente tranquila, hablan pausado y caminan con una lentitud desconcertante. El que debe ser el patrón, un hombre que mira de lejos los cincuenta, calvo y con lentes, me tomó nota muy amablemente y al rato volvió para interesarse si me había gustado o no la comida. Todo muy rico, le dije.

Me apresuro a terminar el plato de tallarines porque casi es medianoche y temo estén a punto de cerrar. Lo están pero eso no les importa, aquí el tiempo transcurre de otra manera, lento, en la medida del imprevisible talante del bonaerense.

Hace unos minutos ha terminado el partido de Boca, al punto se ha levantado la mitad del local y se han marchado. La otra mitad ni siquiera carga relojes, departe amigablemente mientras ofician los clásicos rituales de las sobremesas. Hay en el argentino un lenguaje a mitad de camino entre lo serio y la teatralidad complaciente. Gustan de utilizar la ironía y a pesar de su aparente ausencia ánimo son observadores sagaces.


5

Cuando salgo no me apetece regresar a mi hotel, Buenos Aires simula una endemoniada actividad, nadie parece preocupado porque sean las tantas de la madrugada, de las tanguerías escapa el humo rápido del cigarro, un rumor ahogado de llantos, de música, las pizzerías continúan abiertas e infectadas de hambrientos clientes nocturnos, los chavales juegan a ser maradona en la calzada… Contagiado de esa figurada despreocupación antes de darme cuenta me he alejado demasiado, las pizzerías ya no están abiertas, no hay luces en las ventanas y las farolas se espacian cada ven a mayor distancia… Me he perdido, no saco el mapa para orientarme porque considero que llevo más del tiempo necesario en esta ciudad para actuar como un turista indefenso, y porque está bastante oscuro, el barrio se ve bastante amenazador y si lo saco sí que voy a parecer un turista indefenso… Después de caminar en círculos durante media hora me rindo y trato de fijar mi posición; antes de comprobar que me he apartado de cualquier punto conocido del mapa un adolescente emerge de la oscuridad en mi dirección. Traté de preguntarle donde podía encontrar un remis que me llevara de vuelta al hotel pero no me hace caso, está únicamente interesado en venderme unas estampillas, como le digo que no se aprieta contra mí y me asegura que tiene una navaja en el bolsillo, si no le doy todo mi dinero me la clavará. No me mira cuando me amenaza, su cabeza está casi pegada a mi pecho y es con mi pecho que habla, yo no le doy miedo, tiene miedo de lo que se supone que implicaría si le dijera otra vez que no. Me aparto unos centímetros y le tranquilizo. ¿Ves? Le digo, saco mi monedero y lo vacio en su palma derecha, acto seguido cierro la cremallera y lo introduzco de nuevo en el bolsillo del pantalón. Le miro alejarse y siento pena por él, en el fondo le he estafado, debajo de la camisa llevo colgada una billetera de tela con unos cuantos cientos de pesos, mi presupuesto para el viaje.


6

A mitad de la plaza sufrí una terrible punzada en el pecho, inconsolable e ilocalizable cerca del corazón. Dolía tanto que mis ojos comenzaron a llenarse de lágrimas. Doblé el cuerpo para recuperar el resuello y mitigar el dolor pero éste persistía en el mismo modo. Imaginé que si alguien me viera desde alguna de las ventanas me encontraría ridículo en esa postura así que me incorporé y anduve dos tres pasos hasta conseguir sentarme en un banco. No intervenía ningún sonido ni se movían las hojas de los árboles, los edificios de viviendas permanecían inmóviles, definidos y carentes de cualquier agitación. Por un momento… las piedras, la arena de la plaza, las baldosas, los troncos de los árboles, los balcones, la oscuridad y la noche existían fuera de mi percepción, independientes de mi mirada, la mirada que hasta entonces los había hecho posibles. Solo se pertenecían a sí mismos, como cosas-en-sí, como el propio dolor, manifiesto, único, común y quizá… imaginario.


7

FASTEN SEAT BELT WHILE SEATED

Todo se hace con cuidado dentro de un avión. Los auxiliares de vuelo ofrecen bebidas a los pasajeros y conversan entre ellos en voz baja. Sonríen cándidos, como si trataran con niños o ancianos. Esa atmósfera de fragilidad y cautela contagia a la mayor parte de los pasajeros que optan por dormir, tal vez ensimismarse, y los que disfrutan de un camarada susurrar el diálogo. La verdad es que no me entusiasma para nada este viaje, ni conocer otra nueva ciudad, ni acumular en la memoria turística la anécdota del futuro, ni el deambular desolado por los museos…

Pero la compañía de Vero lo cambia todo, podría pasarme los diez días encerrado en un café o en una librería… en el fondo el viaje solo nos ha servido de excusa.


8

Al parecer siempre que se emprende un viaje, en tanto pueda considerársele como tal, se termina por arrastrar sueño y cansancio desde el primer día. En el tren que nos lleva de camino a Ronda no he podido resistirme a dormitar un rato pese a la incomodidad de los asientos, como si el vaivén del vagón me instigara a recorrer el paisaje de ojos para adentro.

El periódico anunciaba tormentas y cielo cubierto para esta tarde pero de momento luce un sol esplendoroso y con él las laderas de la sierra, cada olivo y cada terrón de tierra, la espiga seca, la casa encalada, todo refulge en forma admirable, con un tono dorado mate.

Lleva siglos depurar en un solo acto la belleza que proyecta el hombre, y uno lleva todos esos siglos tras de sí y sin embargo se ve impotente a su modo de expresar la propia que tiene delante.


9

Durante la proyección no me atreví a girar la cabeza, se veía nerviosa y simulaba aburrirse. A ratos apoyaba la nuca contra el respaldo de la butaca, enderezando severamente la espalda lo que obligaba a forzar el ángulo de flexión de los músculos del cuello, exhibía un aspecto extraño, como si en aquellos momentos hubiera quedado tetrapléjica. Antes de que apagaran las luces pude mirarle a la cara, llevaba media melena en un corte provisto de un toque anticuado, al igual que la miscelánea de sus ropas. Si le inquietó que me sentara a su lado no demostró más que indiferencia, apagó el móvil y extrajo de un bolso mínimo lo que podría ser un diario, hizo un escueto apunte y volvió a guardarlo. Fantaseé con entablar una charla después de que terminara la proyección pero al iluminarse de nuevo la sala parecía ansiosa por marcharse. Desplegué mi anorak que tenía comprimido sobre las rodillas al tiempo que ella se levantaba, se había arrugado demasiado y aquello por alguna razón que se me escapa me avergonzó lo suficiente como para no volver a mirarla. Desfilé al unísono con otros centenares de pies hacia la salida. Ya fuera entretuve el camino de regreso todo lo que pude, consulté la programación de la semana siguiente y miré la hora un par de veces con el pretexto de eternizarme en la puerta por si todavía no hubiera salido, me reconociera y se dirigiera hasta mi a través de la multitud. Luego caminé en dirección contraria a mi hogar con la esperanza de acertar su itinerario.

La calle apenas la ocupaban algunos transeúntes, la ciudad alentaba la calma de la noche y se podía escuchar al detalle cada estertor, cada estímulo… ecos de conversaciones extintas, el ronquido exasperado de los coches ante los semáforos, el extractor de humos en la cafetería de la esquina… pero no sus pasos, silenciosos, fantasmales… calle tras calle. Comprobé espeluznado que a pesar de cambiar de dirección aleatoriamente continuaba mi mismo recorrido, siguiéndome a escasos metros. Por supuesto albergaba inconsciente la dominante exigencia de relacionar a mi perseguidor con la muchacha que había monopolizado desde hace cuatro horas mis pensamientos, pero en aquel momento era incapaz de reaccionar al respecto, aun convencido de la coincidencia, solo podía contemplar el hecho de ser perseguido. Mantuve el ritmo de mis pasos y adopté un aplomo menos convincente de lo recomendable mientras agachaba la cabeza fingiendo caminar sumido en mis cavilaciones, prestando atención exageradamente a los ruidos más intrascendentes con la esperanza que en uno de los giros pudiera atisbar por el rabillo del ojo a mi perseguidor. Hubiera resultado tan sencillo dar la vuelta y detenerse a esperar que llegara a mi altura… Pero no me atreví.


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“Muchas veces somos incapaces de un genuino encuentro porque sólo reconocemos a los otros en la medida que definen nuestro ser y nuestro modo de sentir, o que nos son propicios a nuestros proyectos”

Estoy leyendo este libro de Sabato y me acuerdo de Aitana, no la he llamado después de lo ocurrido, hace tres semanas, quizá más. Cuando Aitana se enfada no monta una escena, no grita, no discute, no trata de convencerte que estás equivocado, sólo se calla, se encierra en su caparazón y no dice una palabra. A otras personas no les gusta el silencio, yo lo adoro, la adoraría por ello pero todavía no estoy preparado para darme cuenta. Tan solo contraataco con mi silencio, mi silencio es mejor que el suyo, soy el campeón de silencios más prometedor desde Apolonio de Tiana, ella lo sabe y me odia aún más por eso. Entonces comienza lo más divertido. Se levanta, se concentra, frunce el ceño y lo suelta… Me lanza un Kame-Hame-Ha, uno sacado directamente de una página de Dragon Ball, igualito, en blanco y negro, con sus líneas cinéticas y todo. Acepto el desafío e iniciamos nuestra particular batalla que se extenderá unos deliciosos minutos, inmaduros y ridículos minutos pero que yo adoro, y la adoraría por ello pero todavía no estoy preparado para darme cuenta.


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Aitana está sentada en el suelo abrazándose las rodillas. Nos miramos sin decir nada durante un rato, queriéndonos decir todo lo que nos hemos callado… pero no nos sale, solo nos miramos, ella sentada en el suelo y yo de pie junto a la puerta. Estamos esperando que alguno que no sea nosotros dé el primer paso, el primer Kame-Hame-Ha que rompa con la gravedad de nuestros semblantes, que nos devuelva al principio del juego… pero nadie lo va a hacer por nosotros. Nosotros tampoco. No nos sale.


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KAME


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HAME


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HA


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MENU – CONTACTOS – NOMBRES – AITANA – 678393…

Acaricio el botón de llamada, espero a que la luz de la pantalla del teléfono se apague y le doy a cancelar. Repito esta operación una y otra vez. Cada nuevo intento me aleja un poco más de hacerlo, más me convence el miedo, el orgullo y la culpa, más se materializa el adiós…

MENU – CONTACTOS – NOMBRES - …


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Ahora que estoy cayendo viene a mi mente el fragmento de un poema que se recita en una de las películas de Andrei Tarkovski. Recuerdo que cuando la vi salí bastante desconcertado, había prestado mucha atención y me irritaba el hecho de no haber conseguido asimilarla racionalmente. No obstante me era imposible asegurar que a pesar de no poder enunciarlo en palabras había sido incapaz de comprender nada…


“[…] La muerte no existe,

Inmortales somos todos.

No hay que temer a la muerte ni a los setenta años.

Solo hay realidad y luz,

No hay niebla ni muerte en el mundo este.

Soy de los que recogen las redes

Cuando viene en bandadas la inmortalidad.

Vivan en la casa y la casa existirá.

Llamaré a cualquiera de los siglos,

Entraré en el siglo y mi casa vivirá.

[…]”



Ahora podría condensarlo en una sola: Fe. El padre de Tarkovski hablaba de fe y luego el hijo a su mejor manera no hizo otra cosa. Pero no de fe religiosa o ideológica sino de fe interior, fe afectiva, la fe del individuo, esa fe en nosotros mismos que hemos perdido al tiempo que la trasladábamos en la tecnología y el conocimiento. Resulta gracioso que el atributo que mejor nos define y comunica con el/lo otro esté calificada (parte de ella) por nuestra moral como una manifestación de debilidad. La razón ha de dividir para comprender, el uno frente al otro, a lo uno que es beneficioso nombra como bien y a lo otro que es perjudicial nombra como mal, de la distinción obtiene una guía de conducta, tender al bien y apartarse del mal. En el sujeto emocional la alegría se incentiva, la tristeza se mutila. Más ambas son raíz de un mismo árbol, si cortas una parte en la otra redunda un daño. El equilibrio se rompe. No hay vuelta atrás. La herida no sangra pero tampoco cicatriza.

Tarkovski aborda el concepto de fe como vehículo de redención para el hombre moderno, una vez se ha apartado inexorablemente de sus orígenes y sin posibilidad de retorno la fe representa una vía indirecta para recuperar la integridad.

“Vivan en la casa y la casa existirá. /Llamaré a cualquiera de los siglos, /Entraré en el siglo y mi casa vivirá.”