Sería estupendo encontrar la excusa perfecta que eliminara cualquier responsabilidad de la ineptitud de cada uno de tus actos de mañana. Algo así como una enfermedad muy grave, tan grave que sirviera para disculpar todas tus metidas de pata, todos tus estados de ánimo, todas las idioteces que podrías llegar a decir. Algo tan correcto como una minusvalía. Podría colgar debajo de tu nariz como una señal de tráfico, un estigma perfectamente visible que generara un inmediato reconocimiento y un consecuente e incontenible flujo de compasión hacia ti. Gran parte de tus problemas tendrían arreglo o por lo menos nunca precisarías justificarte por ellos. Además piensa en las ventajas adicionales: nadie se atrevería a reírse en tu cara, todos, salvo embarazadas, tendrían que cederte un asiento en el autobús y siempre encontrarías aparcamiento… Algo así necesitas, algo como una condecoración de discapacitado emocional.
Eso te dices mientras tratas de ingeniártelas para perder el tiempo sin caer en el cándido recurso de la televisión. Son las cinco de la mañana y no dejas de escuchar a Wilco.
“Cuando no queda en la nevera ni el típico cartón de leche solo hay una forma de comerse los cereales.”
Si fueras un filosofo dirías eso, un filosofo o un poeta, pero no lo eres, te conformas con respirar y por lo tanto sigues caminando, escuchando música y sin saber muy bien adonde vas. Si alguien te viera en este momento y te reconociera no te gustaría, aunque en el fondo, en lo más recóndito de tu mente, albergas la estúpida esperanza de encontrarte con alguien, de hecho has salido de casa solo por eso. Pero preferirías no tener que saludarle, preferirías que no te reconociera y que te dejara pasar de largo. Al final no va a ser tan buena idea ser un minusválido. No. En el fondo no te gusta, no quieres que se compadezcan de ti, en el fondo sabes que la debilidad te cuesta, que lamentarse es el consuelo que nutre a otro lamento y que la tristeza no sirve si viene acompañada; en el fondo siempre es lo mismo y con un par de veces basta.
No vas a mirar la hora pero sigues escuchando a Wilco.
Regresarás a casa porque de verdad ahora sí tienes sueño, comienza a dolerte la cabeza, lo que te fastidia bastante porque no puedes pensar con claridad, es como tener una china en el zapato del cráneo, tampoco importa porque no has pensado grandes cosas esta noche pero te gustaría encontrarte en óptimas condiciones por si sucediera. Alinearás los pies de vuelta con una guitarra imaginaria dentro de tus bolsillos creyéndote el maldito Jeff Tweedy, cantando the late greats mientras la gente mueve ligeramente sus cabezas desaprobando tu comportamiento, pensando que no estás en tus cabales.

...
...