martes, 18 de marzo de 2008

Invitación para una noche legendaria

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Nunca han caminado de regreso a sus casas con las piernas arrancadas del músculo repletas de tamo, con los labios ardiendo como si el día anterior los hubiera enterrado en salmuera. No, posiblemente. Pero quizá han caminado de regreso a sus casas con la sospecha de que forman parte de un programa de la televisión, un serial con cinco páginas menos de libreto y una televisión sin espectadores. Tal vez les haya sucedido.

Usted no se sienta ante el televisor para ver su serie favorita si a ésta le falta el héroe, la víctima, el villano y la chica guapa; es del todo comprensible, yo tampoco lo haría. Pues bien, por lo habitual en eso consiste mi vida, siempre se echa de menos algún ingrediente. No es tan malo, la mayor parte del tiempo ni siquiera te das cuenta, pero llegado el caso siempre cabe la posibilidad de aceptar una invitación para una noche legendaria. Voy a tratar de explicarles en que consiste una noche legendaria y como pueden servirse de ella.

En teoría y tan sólo deben enterarse de cuando es el próximo concierto de Silvina, hacer unas cuantas llamadas (entre mas exhaustiva sea la batida en su agenda mayores serán las probabilidades) y vestirse para la ocasión. La semana pasada yo cumplí con los tres requisitos.




Resultaría patético confesar que mi principal preocupación era como conseguir no mancharme la camisa que me había costado planchar la tarde entera si seguía saludando y abrazándome con todo el mundo, así que no lo voy a decir. Diré que todo el mundo me caía bien, que estaba encantado de conocerlos a todos y que no podía menos que sentirme halagado. Me hubiera gustado escuchar a Silvina.



A Silvina ya la conocen, ha nacido para ser una estrella y lo sabe. No se puede cantar mejor ni romper más corazones. El público se veía tan entregado que nadie arriesgaba un movimiento de aproximación a la barra para pedir una copa. Cuando ella bajó del escenario todos sin excepción aun antes de que finalizaran los aplausos nos abalanzamos a por una segunda ronda con lo que muy pocos se fijaron en el bueno de Mr. Persona que tocaba un par de canciones a modo de telonero del bonus track.

“Nunca darse por vencido, nunca irse una vez terminado el concierto, nunca intentar tomar las riendas de la situación.”

Sólo de este modo, no desesperar, continuar bebiendo, responder con tu mandíbula sonriente, esperar, esperar… Seguir bebiendo. A mi alegría alcohólica le bastan un par de ginebras para tocar techo, a partir de la tercera voy recuperando lucidez y tristeza a cada trago así que si sigo bebiendo es por vicio. En el momento que nos largaron del Sideral ya habría pensado en dar la espantada si no hubiera invertido demasiado tiempo en la búsqueda de la felicidad aquella noche como para dejarla escapar. De modo que fui tras ella.

Nada mas entrar en el garito la perdí en los lavabos. El local estaba lleno de gente pirada con ganas de pasárselo bien, saltaban, reían, en fin… todo lo demás. Era tanta la cola para pedir una copa que opté por la autosugestión. Ni que decir tiene que no funcionó, además era demasiado tarde para que los corredores de fondo como yo sacaran algo en limpio por lo que reservé tres o cuatro chistes en caso de despedida forzosa.




Castro me calentaba la oreja cuando creí distinguir la chaqueta de Edu agitarse en mitad de la pista.

- ¿Dónde está David? – le pregunté.
- Allí – señalando.

Avancé hacia él pero no sé porqué a la mitad me di la vuelta para proseguir mirando a la chica y a su novio que no me quitaba ojo.
Sí, sí, Edu, estaba tan ocupado dándome penita que me había olvidado de él. Tardé cinco segundos en darme cuenta que estaba metido en problemas. Porfiaba colérico con un tipo gordo y sus amigos igual de exaltados. Llegué a su altura y los separé intentando tranquilizar los ánimos. El tipo estiró su labio inferior hacia abajo mostrándome los dientes manchados de sangre.

- Tú amigo está como una cabra, como una cabra. – gritaba.

Le pedí perdón en mi nombre, en el de mi amigo y en el de la santa misericordia. David por otro lado apaciguaba las ansias de unos gallegos de darle la paliza del siglo a este portugués que en medio minuto le partió la cara a uno, tiró la copa de su amiga y a otro le dejó un ojo a la virulé. Pero yo aun no lo sabía. Estaba persiguiendo a los gorilas del garito que en ese momento se llevaban a Edu cogido del brazo. Les rogué que lo dejaran a mi cargo, me lo llevaría a casa y asunto zanjado. Por si fuera poco en la calle Edu se encaró con ellos.

- No me podéis echar, yo he pagado mi entrada y me quedo. – berreaba.

Habíamos entrado gratis, por menos en otros locales te revientan media docena de costillas. Pero los tíos no querían jaleo. Pedí de nuevo mil veces perdón; entre tanto Edu había encontrado al gallego que golpeó y volvían a discutir. El gallego sujetaba un hielo sobre el párpado que tenía muy hinchado y a cada instante le hacia menos gracia distinguirle con un solo ojo. Afortunadamente David nos siguió y se interpuso entre ambos.





Al ver cada vez mas gente sujetándole el tipo se envalentonó y fue tras Edu que seguía erre que erre, arguyendo que el otro le había mentado la madre, en inglés para colmo. Menos mal que sus amigos eran un cielo y daban ganas de irse a tomar la última con ellos porque si no nos hubiéramos acostado calentitos. Pero como al colega le seguía doliendo el ojo y entre mas lo pensaba mas le dolía calmarle no resultaba sencillo.

- Pégame a mí - decía David - pégame a mí, te desahogas y ya está.
- No, pégame a mí, pégame a mí – a punto de quitarme las gafas.

¡Joder! No podía competir, por lo menos una igualada. Y mientras entre los dos nos rifábamos la hostia calculé que el mejor modo de solucionar esto sería enganchar a Edu, meterle en un taxi y hacerlo desaparecer. Cuando el tipo agarró un adoquín asegurándonos que le dejáramos tranquilo que solo quería irse a su casa supe que era el único modo.

Por el camino de la huida un yonqui quiso atracarnos y Edu también quería pegarle y yo solo quería largarme así que tuve que separarles, le di la mano al engendro y me disculpé porque no era un buen momento para robarnos. El tipo pareció comprender, torció la boca y nos dejó marchar.

Paralelamente David ya no se conformaba con calmar al gallego tenía que convertirlo en su amigo, así que ambos cayeron al suelo y David se rompió un dedo. Un dedo que tenía tres direcciones distintas según su relato. Lo alzó como si se tratara de emular a un John Merrick quitándose la mascara (menuda manera de dar miedo) y como si también se tratara de Mel Gibson en Arma Letal II se recolocó el dedo al mismo tiempo que evitaba a Castro (que en ningún momento fue de gran ayuda) ser atracado por varios marroquíes.

Luego me costaría dios y ayuda convencerle de que los chicos de urgencias son casi tan simpáticos como los de la ficción. El premio: un aparatoso vendaje y seis semanas de baja. De regreso, en el taxi, una vez se disipó el tenue dramatismo de la situación comenzamos a reír. Un tío con corbata y otro con un dedo quebrado partiéndose de risa a las siete de la mañana recién salidos de un hospital, el taxista tuvo que pensar que estábamos locos. Como la noche no podía terminar por si sola decidimos acabar con ella desayunado en el Lorena.

Pues eso, si usted notara que el tedio se ha convertido en una constante diaria, si su ración de emociones fuertes se ha visto limitada a mentir a su jefe y ya no sabe como afrontar su aburrida vida social fuera del televisor… no dude en ponerse en contacto con:

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