lunes, 14 de julio de 2008

El ex campeón del mundo

Tener un sueño no es malo, tener sólo tanto como para no poder permanecer despierto es una bendición. Mañana pienso enterrar un año entero de veinticuatro horas.


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Hace tiempo cuando vivía en Lavapiés me gustaba dejarme caer terapéuticamente por la filmoteca dos o tres veces por semana. Ingería mi dosis específica de Erice, Antonioni, Kurosawa… como un buen niño con gafas de pasta. Solo después de tragarme los títulos de crédito me levantaba de la butaca para salir a la calle. No sé si la conservo pero por aquel entonces experimentaba una imperiosa necesidad reflexiva después del visionado de cada película y los escasos cinco minutos que me separaban de regreso a mi casa no eran margen suficiente si quería pasar de la premisa inicial, por lo que solía caminar en dirección contraria, a veces sin rumbo, otras atendiendo a una ruta programada de hora y media. El ímpetu de la reflexión decaía al cuarto semáforo en un ordinario cacareo autocomplaciente sobre que puntos de mi asquerosa vida estaba dispuesto a cambiar. Estaba dispuesto a cambiar muchas cosas. Aunque al decimoctavo ya no eran tantas continuaba alzando la vista hacia las escasas ventanas que se mantenían iluminadas amparado en la esperanza de responder a la pregunta de quién sería yo, qué tipo de vida me pertenecería si habitara tras ellas.

Hoy me he sorprendido evitando de nuevo el camino más corto para volver a mi casa, atendiendo a que en la actualidad vivo a una considerable distancia del centro y que ni siquiera he ido al cine repetir antiguos patrones me hace sospechar que las inquietudes de antaño vuelven a manifestarse no en base a la exigencia de transmutar ciertos aspectos perturbadores de una biografía diaria sino a nuestra permanente insatisfacción con lo que nos corresponde en cada momento, nuestra incapacidad para digerir que de bueno tiene llegar a un punto y conformarse, nuestra incapacidad para ya en las manos llenar la botella y luego, también nuestro, el talento para vaciarla del todo.

Sí, sí. Insatisfacción: andar a la brega, día y noche, de aquí para allá, en busca de un algo inconcreto, algo que nos haga sentir mejor, con el ánimo encendido, un motivo para levantarse, la ilusión de moverse, ir de camino, la excusa.

¿Qué tipo de excusa? No lo sé, una bastante buena. Alguna del tipo que anulara la posibilidad de ser canjeada por cualquier otra en un futuro, alguna clara y precisa que no pudiera ser modificada, interpretada o afectada por un agente externo, alguna, digamos, como el haber sido una soberbia estrella del rock y vender ahora tus propios discos a la salida de los bares, como la del boxeador que después de empeñar su cinturón de campeón del mundo no le queda otra que limpiar retretes para sobrevivir, una que justifique la razón por la que has luchado en esta vida y a la vez la razón por la que ya no es necesario seguir haciéndolo.

Parecería un discurso derrotista mas como diría el maestro Pedro Costa Pereira el significado de lo que es evidente no incluye el significado de lo que podría discutirse pero sí al contrario, y de todas maneras a pesar de su incorrección ética el hombre debería siempre reservarse el derecho a naufragar.

El derecho a escapar del requerimiento de lo correcto.

No como derecho pero sí como título yo elegiría reclamar el de ex campeón del mundo, no un título de vencedor en el pasado sino el que sin ganarlo nunca al obtenerlo lo ha perdido.

Un título a una rebeldía menor.

jueves, 10 de julio de 2008

Nico o cómo ser un gato de caricatura

¡!!! Ladies and Gentlemen ... con todos ustedes ... y de una vez por todas ...



... o cómo ser un gato de caricatura.





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miércoles, 2 de julio de 2008

Momentánea recesión emotiva de la felicidad



boomp3.com
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Hace tiempo escribí a una amiga ironizando sobre las célebres crisis que sufrimos los tipos creciditos como yo en época de cumpleaños, presumía de una presunta inmunidad otorgada al convivir con la señora de todas las crisis desde que tenía edad para afeitarme. Ambas, inmunidad y permanencia, las considero falsas.

Hoy en el autobús de regreso a Madrid aprecié lo bien que había disimulado mi tristeza durante todo el día, acaso se notó hacia el final, aunque bien pudo pasar por un momentáneo enojo porque no necesité aclarar mi súbito silencio. Pero lo malo de darse cuenta de lo bien que lo has hecho es que dejas de creer en lo estás haciendo, dejas de creer que no te afecta, que ya te has acostumbrado… y por tanto dejas que la crisis comience a creer en ti.

Habitualmente la gente cuando se le confía un momento chungo de nuestra vida tiene a mano unas palabras de ánimo, consejo o cualquier otro tipo de replica positiva con la finalidad de hacernos ver que no merecemos tanta tristeza como nosotros pretendíamos. Pareciera que se avergüenzan de nuestro desaliento, de nuestra debilidad, pareciera que debiéramos en toda circunstancia lucir una sonrisa permanente, una sonrisa que pueda hacerles olvidar que ellos también sufren un cachito del día cada vez que se levantan. Y eso sería lo idóneo porque así no tendríamos que dar explicaciones de ninguna clase, ni que buscar una causa razonable a nuestra desdicha, ni que añadir antes de los adioses un propósito de enmienda… Pero a veces solo se puede fingir lo que nos sale de dentro, y lo que nos sale es que estamos jodidos, tan jodidos que no nos apetece que nos vean tan jodidamente jodidos, lo suficiente como para no poder estar de otra forma. En estos casos disimular nos sale fatal y en un buen número de ocasiones acabamos capitulando y compartiendo nuestra desdicha con el prójimo.
No sé lo que esperan ustedes de los demás en dadas las circunstancias pero lo único que yo no querría es que trataran de alentarme o de resolver mi desaliento a golpe de argumentos en contra. La tristeza como viene se va, es una cuestión de creencia, si lo hacemos bien seremos capaces de fingir que somos capaces de ignorarla, si la ignoramos es como si no existiera, y si no existe no hay razón por la que estar alicaído. Entonces comenzamos a hacerlo mal, como no hay ninguna razón se la buscamos, y al buscarla descubrimos que estamos fingiendo, descubriéndolo perdemos la fe y al perderla dejamos de ignorar la tristeza. Tan pronto como viene se va.

La tristeza forma parte de nosotros, no depende de los acontecimientos para surgir sino para despertarse, medrar; son las palabras, (nuestro intento por verbalizarla, comprenderla, allanarla), quienes desarrollan su estado de continuidad en el tiempo, la crisis. Las palabras forman también parte de nosotros y están presentes todo el rato por lo que conseguiríamos acabar bastante jodidos si, gracias a la madre que parió el diccionario, no cohabitaran multitud de palabras diferentes, de las cuales muy bien podríamos desterrar la palabra crisis por algún que otro eufemismo como hacen los políticos, pongamos: momento de recesión emotiva de la felicidad, o desaceleración parcial de la alegría, o descenso de las expectativas del crecimiento fundamental de la diversión, o el que fuere capaz de permitirnos volver a fingir que ésta no existe, de creer que al final nos tocará ese pedazo de felicidad que andamos esperando.