viernes, 18 de diciembre de 2009

Días de 24 horas, Noches de 48

Hoy empezó hace dos días, hoy se alarga desde entonces.

I


El miércoles al salir de La Piola no me sentía nada bien, me molestaba un poco la garganta al tragar y me dolía la cabeza. En la calle hacía un frío de narices, como dos o tres grados bajo cero, poco me faltó para ponerme a tiritar. Dejé que D. acompañara a R. a su casa y aceleré el paso de camino a la mía todo lo que pude por ver si entraba en calor. Solo lo conseguí, ya en ella, pegado al radiador como una mancha de café sobre el mapa del tesoro. Calenté las sobras del día anterior y las engullí sin apetito mientras revisaba el correo. No sé si gracias a la comida o al cansancio pero comenzó a entrarme sueño. Logré conciliarlo por tan solo una hora, a las cuatro y media estaba más despabilado que un perro delante de una farola. Encendí de vuelta el ordenador y abrí una página de word por si sonaba la flauta y terminaba de escribir el texto para el corto. La verdad es que me encontraba peor, la garganta me dolía ya de manera respetable y me notaba torpe y aturdido como cuando tienes fiebre. Seguramente la tenía, no una fiebre digna de admiración pero fiebre al fin y al cabo. Unas décimas hubiera dicho mi madre, nada, nada. De pequeño hacia trampas para subir la temperatura del termómetro con el propósito de comprobar a partir de qué grado o décima una enfermedad adquiría un nivel preocupante. Una vez lo puse a cuarenta pero mi madre en seguida me caló la cara de mentiroso y ni le pasó por la cabeza continuarme el teatro. Tuve suerte un año más tarde, tendría yo unos ocho, y lo cuarenta y pico me vinieron de forma natural. Ni con baños de colonia me bajaba. Mi madre estaba histérica y mi padre llamó a urgencias. Los de urgencias se negaron a mandarnos una ambulancia, recuerdo los gritos de mis padres en la sala discutiendo por teléfono con la operadora durante un buen puñado de minutos mientras yo “agonizaba” en mi habitación. Al final me llevaron al hospital en un taxi, cuando llegué me desnudaron, me tumbaron en una cama y nadie me prestó más cuidado hasta que la fiebre bajó por su cuenta y me devolvieron a los brazos de mi madre. Curiosamente la vuelta si la consiguieron mis progenitores hacerla en la maldita ambulancia oficial, aunque en esos momentos ya no tenía gracia, ni me estaba muriendo ni sonaba la bocina.

Algo de fiebre hube de contagiarle al norton de mi portátil que se arrancó a bloquear conexiones a diestro y siniestro, a preguntarme cosas que no entendía y a elaborar protocolos larguísimos para vete a saber qué sospechosas funciones. Mi paciencia con la tecnología no es mayor que la que pueda tener un pastor de cabras por lo que resolví atacar el nudo gordiano a las bravas y, claro, el Windows se colgó. En otra ocasión me hubiera desesperado pero esa noche me la traía al fresco. Me levanté y fui a la cocina. Ya había cenado empero como me aburría decidí cocinar unos macarrones con verduras. Un vez listos me senté delante de mi hortera y colapsado fondo de pantalla a esperar que todo volviera a la normalidad. Y volvió milagrosamente con el último bocado. Al apartar el plato del escritorio me di cuenta que lo había apoyado sobre varias hojas en blanco que contenían diversos dibujos de otras tantas noches de insomnios. Uno de los peor parados fue un retrato que había hecho de M. Me jodió porque había quedado bastante bien. Lo repetí utilizando el ridículo lápiz del Ikea que había utilizado en el original. Eso terminaba con la amanecida, las ocho de la mañana, quince álbumes de música nuevos en mi disco duro y la misma impoluta hoja en blanco del Word.


II


De nueve a doce veo una peli, escribo algo sobre ella, me desperezo, me levanto, apago el ordenador, hago una llamada, me ducho, abro el grifo del agua caliente hasta el límite de resistencia de mi piel, me rindo, me ducho, esta vez con normalidad. Salgo del baño, elijo que ponerme, agarro el teléfono y hago otra llamada. Voy a ser tío, ya es bastante seguro, eso me levanta el ánimo durante un rato, luego enciendo el televisor, cocino otra vez, mastico con gula, por tedio y se me pasa. Son las cuatro, hace frío, podría ir al cine pero no me apetece, me apetece caminar hasta que la batería de mi mp3 reviente, pensar a ratos y estar triste. Recargo mi móvil, me siento estúpido, como llenar el depósito de gasolina de un coche en un garaje. Podría llamar a C. y decirle que no voy a ir a la cena de navidad de ex estudiantes de derecho, pero me apetece verle, lo que no me apetece es repetir las conversaciones que sé que se repetirán como si no hubieran pasado siete, ocho años… Es la cuarta vez que suena Manifiesto Desastre de N. V. y no puedo meter la mano en el bolsillo interior de mi cazadora porque me muero de frío, sigue sonando cuando me llama L., creo que es L., pero en realidad es F., T. está enfermo y me pregunta si puedo ir a sustituirlo, no lo pienso cuando digo que sí, la verdad que tengo un humor de perros en este momento, pero al menos si echo siete horitas podré comprarle a S. los zapatos de invierno que le prometí por su cumpleaños. Sigo caminando, dejando que pase el tiempo, anotando mentalmente cada que intervalo los termómetros urbanos descienden un grado. Le mando un mensaje a C. y le digo que no puedo ir, me llama, le sorprende que esté trabajando, pues sí, es lo hay, ya me gustaría que mi plan hubiera funcionado, quedamos para dentro de unas semanas, de verdad que tengo muchas ganas de verle. Gracias a dios me encuentro con Miss T., Miss T. está un poco loca y eso me agrada, gracias a la suya, a su locura, no tengo que insistir demasiado en la mía para generar un clima ficticio de recreo que se aleje un tanto del opresivo clima de trabajo, un clima de trabajo que te hace pensar que tienes treinta y un años, así lo escribe, y un futuro tan provisional e incierto como la selva del amazonas. Me esfuerzo, me sorprendo, he cambiado el chip en un cero coma dos y casi puedo pasar por un tío simpático, un tío graciosete, a veces incluso pesado, puedo pasar un poco desapercibido si quiero, y lo hago bien hasta el último minuto, en el último minuto pincho el globo, siete horas aguantando el empate como un campeón y en el descuento me meto un gol en propia meta, bravo. Se despiden, se van y yo todavía tengo tanta energía que estoy seguro de no poder pegar ojo otra vez esta noche. Aprieto el imaginario botón rojo en un par de ocasiones, imaginariamente deshilacho una blanda misantropía que progresa al ritmo que lo haría una estadística de obesidad infantil dentro de un Burger King. Busco canciones melancólicas en mi reproductor y estiro la vuelta a casa, habituándome de nuevo a fijar a los seres humanos en el fondo visual del paisaje y no ya de manera individual, no con sus nombres y apellidos sino con sus colores, sus movimientos, el volumen, la estela, detrás, que van dejando a su paso y que ya no es suya…

5 comentarios:

Pato dijo...

Precioso dibujo.
xx

silvina magari dijo...

Bueno, ya veo que ves otras cosas además de la nieve.

Arkadia dijo...

¿Ves como escribes largo? muy chula la foto. ¿Es un efecto óptico o te has cortado el pelo? Un beso.

Anónimo dijo...

Si esque...no se puede ir sin dormir a los sitios, hombre...bueno,ya me contarás,muchos bss
Rosario

Arkadia dijo...

Buenas, los comics que me dijiste no están en la biblioteca :/ Sólo From Hell, que me encantó, tanto el argumento como los dibujitos. El resto ya veré como los leo, pero seguro que lo haré.
Un beso!