domingo, 24 de enero de 2010

una X en el mapa del tesoro


1

Llevo demasiada ropa encima, si me muevo un poco más rápido comenzaré a sudar. Miro de nuevo el reloj y calculo mentalmente el tiempo que tardaré en llegar a la estación. Unos nueve minutos. Mi autobús sale dentro de cinco, tengo que hacer algo más que apurar el paso si no lo quiero perder.

Suelto un buenos días ininteligible entre los jadeos, el conductor sin mirarme hace una pequeña rasgadura en mi billete y me deja subir. Busco mi asiento mientras me juro a mi mismo que la próxima vez me levantaré un cuarto de siglo antes. Mi asiento está ocupado por una mujer filipina de mediana edad, pienso que tal vez se haya equivocado pero ella me muestra su billete con un número idéntico al mío. Regreso a la cabeza del autobús para que el conductor resuelva el entuerto. El billete de la mujer tiene fecha de un día antes. Recoge un par de bolsas de plástico y baja del autobús con la misma cara inexpresiva que utilizó para hablar conmigo. Al arrancar la observo de pie junto a la dársena, inmóvil, sujetando las dos bolsas de plástico como si esperara que el conductor fuera a arrepentirse y regresara a recogerla.

Una incómoda sensación de frío progresa por mi espalda al secarse el sudor bajo la tela. Cierro los ojos con fuerza y trato de conciliar el sueño. No lo consigo, aunque apenas he dormido la noche anterior permanezco ofensivamente despierto las nueve horas que dura el trayecto.

El autobús marcha con retraso. Mando un sms avisando que llegaré tarde. P me responde indicándome que me esperarán en la cafetería de la estación. Cuando por fin el autocar se detiene es ya noche cerrada. Cargo con mi mochila y subo hasta la primera planta de la estación. Me paro delante de la cristalera de la cafetería, buscando con la mirada situar las siluetas de P y de M sentadas en alguna de las mesas. No veo a M. Sí creo distinguir a P, hablando con una persona que no conozco. Maquinalmente doy un paso hacia atrás. Viene a mi cabeza la imagen de la mujer filipina que tuvo que bajarse del autobús por haber llegado un día tarde. Me pregunto cómo se puede llegar un día tarde.


2

M me mira y pregunta que quiero hacer. Beber le digo, quiero beber y cerrar bares. Antes de cerrarlos, sobre el cuarto o el quinto Martini me hace otra de esas preguntas que debería haberme desconcertado, una para la cual no hubiera dispuesto por lo habitual de una contestación precisa pero que sin embargo en esa noche obtiene de mi boca una réplica nítida y efectiva. Un hogar le digo. Por encima de todas las otras cosas. Si de repente apareciese un genio de la lámpara y me concediera cualquier deseo que yo fuera capaz de imaginar pediría ése. Un lugar con cuatro paredes que pudiera decir mío, que albergara todos los comics, todos los libros y otras estupideces que se me ocurriese acumular a lo largo del año. Un lugar al que me apetezca regresar cuando me haya ido, al que necesite regresar. Un lugar que esperase por uno, que no fuera a desparecer si se tarda mucho…

Me sonríe y se queda callada por un momento. Luego baja la mirada, rebusca algo en su bolso y cuando lo encuentra me dice que quiere darme algo y que le gustaría que yo lo aceptase. Su mano izquierda descubre una llave, la desliza unos centímetros por la mesa hacia mí. Es la llave de la casa por la que ha estado prácticamente desviviéndose un año entero. Balbuceo una torpe negativa. Sé que es un regalo simbólico, sé que voy a necesitar más de una para entrar en su casa, pero me aturde aun más por eso, por lo que representa. Al tocar la llave con mis dedos me doy cuenta que ese hogar al que antes me refería no está compuesto por cuatro paredes, una alfombra y un televisor.


3

S entra en el bar llorando. En seguida se arremolina una multitud en torno a ella, la abrazan y le ofrecen consuelo. Cuando llega mi turno también la abrazo pero no sé si hago muy bien lo del consuelo, nunca he consolado a nadie y no tengo ni idea por dónde empezar. Ruego para que mi abrazo supla esa carencia.

S tiene un carácter fuerte y positivo, en muy contadas ocasiones la he visto abatida por más de algunos minutos, así que cuando esto sucede me asusto como si el mundo se fuera a ir a la mierda. Por el contrario es en estas circunstancias, mientras nos abrazamos y ella llora, que la siento más próxima, sus huesos encajando mejor en los míos, como si hubiera bajado dos o tres pisos y llamara a mi puerta en igualdad de condiciones.

Le digo que más tarde iré a buscarla al trabajo y que a la vuelta hablaremos con calma. Ella sabe que estoy cansado, que llevo un par de días sin dormir bien y trata de convencerme para que no vaya. Pero entiende que voy a ir, ella iría por mí, aunque ese gesto no significase ni arreglase nada ella iría. Porque puede ser más o menos importante pero es el momento exacto para estar ahí.


4

Nos contesta que no le apetece salir, que mañana tiene que levantarse pronto para estudiar. De todos modos consiente que pasemos por su casa y alborotemos un par de horas.

R y M están sentadas cada una en un sofá del salón, la tele está prendida aunque nadie le presta atención. Hacemos unos cuantos chistes de bienvenida, ellas se ríen, como aceptando que mañana no se van a levantar temprano para estudiar. Parloteamos de naderías un buen rato, bromeamos y reímos, más tarde D dice que tiene que irse y se despide. Yo no tengo una buena razón para marcharme, tampoco quiero marcharme en absoluto de modo que estiro mi despedida, sin que se den cuenta la prorrogo en la medida que nuestro interés va concentrándose en un solo programa televisivo. Por un instante pienso que me he dejado el portátil encendido en mi cuarto, me levanto y avanzo hasta la puerta del final del pasillo, enciendo la luz pero no veo ningún ordenador, tampoco hay una cama, una estantería o cualquier cosa que se le parezca… Cierro la puerta y abro el grifo del lavabo para encajar con el lugar, lo dejo abierto unos segundos, luego lo cierro.


5

Nos damos un respiro y preparo algo de comer con las cuatro cosas comestibles que sobreviven en la nevera de D. Mientras tragamos una sopa de fideos demasiado picante vemos algún que otro capítulo suelto de Entourage. La serie no me parece el colmo de la diversión pero a los personajes en seguida se les toma cariño. Hablamos un rato de la serie, de lo bueno que es el personaje de Ari, de que ojalá nosotros pudiéramos hacer algo por el estilo.

Llevamos tres noches seguidas apurando la puesta a punto de un corto nacido de la improvisación más absoluta, cansados y sin dormir, intentando encajar las piezas de un lego de diferentes tamaños. A estas alturas D ya se ha dado cuenta que mi capacidad para entender el lenguaje cinematográfico es la misma que la un mono con la tabla de multiplicar del ocho, sin embargo cada vez que abro la boca el tío se detiene a escucharme como si el puto Michael Schumacher del audiovisual bajara a la tierra y dictara un par de consejos sobre el montaje. Me hace gracia que lo haga así que suelo interrumpir de vez en cuando lo que estemos haciendo y soltar alguna chorrada. Me hace gracia que no me haya mandado a tomar por el culo todavía.

6

P me reconoce al entrar por la puerta, se levanta y se dirige hacia mí. Abrazo a P y repito una tercera vez cómo estás. P me presenta a T, le saludo y me siento con ellos. Al punto decido que no quiero quedarme en la cafetería de la estación. Salimos a la calle, no hace nada de frío, me apetecería dejar la mochila y caminar toda la noche, me gustaría sentarme en la arena de la playa y dejar que pasaran los minutos vacios dentro de mí. Hace años me gustaba viajar, me gustaba conocer lugares diferentes, recuerdo que una vez recorrí mil seiscientos kilómetros por carretera, desde Cafayate hasta Santiago de Chile, me pasé casi dos días y medio metido en un autobús… por aquel entonces pronunciar el nombre de una ciudad nueva en voz alta era argumento suficiente como para marcar en el mapa con una x el tesoro escondido. Con el tiempo comprendes que las ciudades se parecen mucho entre sí, que no hay nada demasiado atrayente ni demasiado nuevo que distinga unas de otras. Con el tiempo descubres que las ciudades realmente se distinguen unas de otras dependiendo si en ellas hay o no gente que te está esperando. Con el tiempo aprendes a marcar en el mapa del tesoro la x con el nombre propio de las personas que de verdad importan. Las personas que se han convertido en tu hogar.


5 comentarios:

Pato dijo...

A mí me ha quedado claro: vente a casa, vente ya, que yo llego en unos meses.
xx

Qcousas dijo...

Tic tac tic tac... tes que estrenar esa chave (que bonita na túa parede con gotelé), ou tes que darme unha sorpresa, ou tes que aparecer sen avisar... sabes que me gustaría...
A mañá da despedida foi un pouco fría, pero eran moi poucas horas de sono e moitas de alcol, correndo aínda polas miñas veas (ademais en canto cheguei a casa viume a regla e quixen morrer)...pero que ben o pasamos!!!
Creo que a habitación que está mellor pintada é a túa...os teus brochazos foron decisivos...

Bicos e apertas!!

Arkadia dijo...

Yo también quiero una casa con personas y cuatro paredes.

silvina magari dijo...

Manu, cariño mio, creo que por fin tienes un hogar. Nosotros somos tu hogar y tu lo sabes. Entiendo lo de las paredes y todo eso, pero sabemos que es lo de menos, aunque sería un paso más a estar mejor, sabes que tu vida es bonita. Jo, es tu mejor entrada, no ha sido aburrida, ni intelectual, ni comercial, ni has pensado en nosotros, simpelemte: has elegido no ser el que se queda en la dársena con sus dos bolsas de plastico. De ese ya no queda nada, y me alegro joder.

menguao dijo...

Me ha encantado. Me gusta no conocer los detalles de la gente y los lugares, lo hace parecer un sueño vago. Aunque sé que es tu vida.
Muy lindas las imágenes de la mujer con las bolsas y de la llave, se te reconoce en cada entrada, pero en esta se te reconoce sincero como un valiente.
Chapó!

MAAC.