viernes, 16 de diciembre de 2011

Mira el Río que Agua Suena


Antes de pedir nada en la barra he introducido unas monedas en la maquina y he esperado a que cayera un paquete de Winston como podría haberlo hecho unas patatas al jamón. El camarero me pregunta que va a ser, le respondo que un Martini. Debo haber comprado tabaco para mí mismo tres o cuatro veces en toda la vida. Creo que nunca estuve sobrio. Hasta hoy. Rasgo la envoltura, saco un cigarro y salgo a la calle.

Recuerdo mi primer cigarrillo con doce años. Coincidiríamos alrededor de siete criajos sin todavía un pelo en las pelotas pretendiendo dárnoslas de hombres. El benjamín de la pandilla escamoteó un paquete a su padre y nos repartió un pitillo a cada uno. Ya en aquel tiempo estaba tan influenciado por las campañas anti tabaquistas que ni siquiera me atreví a pegarle una calada de verdad. Soplaba el cigarro para que se consumiera y así los demás no se pensaran que era un calzonazos.

La chica a la que pido fuego dice que me quede el mechero, que a ella no le hace falta. Sonríe y me enseña dos encendedores más. Atino un gracias y no al mismo tiempo le devuelvo la sonrisa. Me digo que sería gracioso que habiendo prohibido fumar en casi todos los lados me pusiera a hacerlo yo ahora.

Esto sucedió hace poco menos de un año. Antes de ser feliz. Aguardaba en un bar frente al portal de una de mis mejores amigas por si reunía el coraje suficiente para irrumpir en la monotonía de los lunes y pedir perdón. Cuando el perdón no es concedido como consecuencia del sentido exacto de la culpa el tiempo intermedia de tal manera que al final se ha de conformar el responsable simplemente con la indulgencia que puede concederse a sí mismo. Algo de ello tuve que comprender entonces, algo que me impelió a tirar el cigarrillo y regresar a casa. En el fondo no necesitaba recuperar una amistad, ya la había asimilado como perdida, residía en mí sin embargo la aspiración mezquina de reparar el perfil moral de buen tipo que siempre había presupuesto.

El camino de vuelta fue triste porque pensé recuerdos felices. Recordé la noche en que nos conocimos. Entró en el bar con una amiga y un pirado que las acompañaba. El pirado se acercó a la barra y me pidió papel y boli. Al entregárselo se percató de un taco de hojitas amarillas de comandero garabateadas. Me preguntó si los dibujos los había hecho yo. Asentí. Acto seguido bosquejó una caricatura de sí mismo y se la regaló a la dueña. Cuando les llevé las cervezas a la mesa el pirado les dijo a las chicas que yo también dibujaba. Reconocí hacerlo y como me parecía divertida la situación les pregunté si ellas igualmente deseaban un dibujo. Debió imaginar que trataba de ligar con ellas y no quiso mostrarse interesada. Pero luego de que su amiga accediera vino a la barra a pedirme uno. No había realizado un dibujo expresamente para ella no obstante al preguntarme respondí que sí.

Escucharon parte del concierto y se marcharon. Nos hallábamos cerrando el garito cuando volvieron aparecer. Como estaba lloviendo me propusieron un trato. Podrían guarecerse bajo mi paraguas a cambio de una invitación a desayunar un plato de pasta. Acepté. El pirado ya no andaba con ellas pero apareció al poco en la casa escoltado por su camello. Estaba liado con la chica de gafas que no le prestó atención por razones que luego me explicaron. El tío se sintió ofendido y montó una ridícula escena de amante agraviado. Mi nueva amiga y yo observamos desde la puerta de la calle en una inesperada complicidad y sin apenas poder contener la carcajada el melodramático adiós que nos ofreció el pirado ya dentro del ascensor y la chica de gafas arrepentida de haber perdido en un juego que ella había procurado la perspectiva de dormir caliente aquel final de noche.


Unos meses después nadie en rigor instó del otro una rehabilitación de la amistad, sino que fue la inercia de la deuda emocional con el pasado la que provocó el acercamiento. Presumo que lo notó. Que ya ni siquiera precisaba “perdonarme”, tan solo resarcir a la memoria con una cuota de lo que fuimos, quien sabe si también ampararnos en una despedida educada, o en un tizne de cariño. Supongo que lo hizo, supongo porque no lo sé, porque la mayor parte de la gente no nota ni entiende nada, a lo sumo los golpes del eco de sus propias voces.



1 comentario:

Bubu dijo...

MUACK!!!