jueves, 12 de enero de 2012

Yo también


Son las ocho de la mañana, levanto la persiana de mi habitación y ni una sombra de luz traspasa la ventana. La abro, respiro el ahumado aliento de la amanecida. Contemplo el cielo índigo con los brazos apoyados en el alféizar como reclamándole un día que aún no está planeado. Pienso en ti mientras lo hago. Pero no es por el cielo, ya pensaba en ti antes, hace unos minutos, frente al ordenador, intentando escribir algo, también antes, revolviendo en mis libros de poesía por el placer de saquear evidencias ajenas, incluso previamente, mirando una película, cuando cenaba, escuchando tu silencio al otro lado del auricular…

Tú leerás esto un poco más tarde, porque antes de terminar de escribirlo lo releeré y corregiré sin descanso hasta que el peso del sueño me conmine a apretar el botón de enviar. Las palabras tampoco son muy amigas mías, tienen algo de pariente lejano que de vez en cuando se saluda pero nada más. Mi vida ha sido silenciosa durante mucho tiempo, y mi pensamiento y mi sentido también lo han sido, por eso lo de buscar las palabras del otro. Un poeta es un sabio, un sabio emocional, nunca cuenta una historia, sino que traduce en una locución exacta la sabiduría de su experiencia. Pablo Neruda fue un sabio, sintió y comprendió una vida por encima de lo ni siquiera podría entrever la mayoría. Busqué en el estante Cien sonetos de amor, la memoria lo disponía en mis manos pero no lo hallé entre los demás libros, tal vez nunca me perteneció, acaso fue otra cosa prestada, no lo sé. Uno de los primeros sonetos comienza de esta manera:

Amor, cuántos caminos hasta llegar a un beso,
qué soledad errante hasta tu compañía! […]

Ninguna vez había sentido esta soledad, al menos no de esta manera. La soledad suele confundirse con hambre de compañía pero lo que realmente la determina es el hostigamiento de sí mismo, el vacío y la incomprensión que uno siente frente a su contexto. Esta no es la soledad de Neruda. Y ahora tampoco la mía. Hace unas horas, cuando hablábamos y yo inquiría por tu voz enmudecida dijiste que si estuviera a tu lado podrías besarme y con ello algo así como llenar ese silencio de significado, un significado oculto entre tú y yo, un significado de amantes. Amar contrae una formidable responsabilidad, ante el otro y ante uno, pues lo que a ti aflige en mí se duplica como la imagen en un espejo, tu tristeza pasa a ser mi tristeza, tú silencio el mío y el beso la identidad de un mismo afecto. La soledad es no poder llegar hasta ti, salvar cuatrocientos kilómetros en un pestañeo y abrazarte. Eso es ahora. Una puerta a la felicidad con una llave de tiempo, la semana, dos días o veinticinco minutos que me separan de ella, que me separan de ti.

Un poema de Rilke dice así:

¿Cómo he de sujetar mi alma, que no
toque la tuya? ¿Cómo dirigirla
por encima de ti, a las otras cosas?
Ay, bien preferiría, a algo lejano,
perdido en la tiniebla, someterla,
en un extraño sitio en paz, que no
temblase cuando tiemblan tus entrañas.
Pero cuando nos toca a ti y a mí,
nos une, como un arco de violín
que de dos cuerdas saca una voz sola. […]


1 comentario:

Qcousas dijo...

Falaches!