Haces pasar una a una las fotos por la pantalla del ordenador, cliqueando en cada carpeta, sobre cada imagen. Enero, febrero, marzo, Nueva York… Las fotos de los lunes, las de los martes, los miércoles, fotos a las siete y cuarto, al anochecer… Una a una.
Vas pasando las fotografías a la par de la
nostalgia, apoderándote de su mismo tinte azulado, revistiendo el contorno con
la carne y el hueso de la memoria. Te abruma, te levanta, te hace salir a la
calle a las cuatro de la madrugada.
Buscas en tu campo visual al portero del club
de alterne que hay justo en la esquina, una vez le sostuviste tanto rato la
mirada que pensaste que iba a hacer un gesto cualquiera como un saludo. Casi
siempre que regresas del trabajo lo encuentras ahí parado, observando descuidadamente
el trasiego de la calle, medio aburrido medio queriendo estar en cualquier otra
parte. Ese rostro ya familiar hoy no está, tampoco es que te importe solo andas
reclamando una manera de distraer tu mente.
Te concentras en el paseo, contemplas tus
pies adelantándose uno sobre el otro sin que tú intervengas, automáticamente,
decidiendo por sí mismos un camino hacia delante. Te dejas llevar, elevando un
poco la respiración, tratando de mantener la acrobacia a la altura de tus
pensamientos.
Si pudieras concentrarte lo suficiente serías
capaz de avanzar cuatrocientos veintiún kilómetros en un pestañeo, podrías
saltarte tres o cuatro horas de reloj hasta que el sonido de la alarma del
iphone la hiciera desperezarse en la cama. Ella dejaría que sonase una vez más
y encendería la luz del cuarto. Arquearía la espalda, estiraría los brazos
todavía sentada en la cama y frunciría lánguida el gesto.
Avanzaría hasta el armario, abriría las
puertas llenas de pegatinas y sacaría un par de vestidos. Se decidiría por el
verde de lunares blancos y un cinturón polivalente, dejaría el beige sobre las
escaleras que conducen al altillo.
Después de la ducha completaría su ritual de
cremas hidratantes con eficiencia. Dibujaría luego la línea del ojo para hacer
la mirada más intensa, el rostro más hermoso. Ya vestida bajaría a la cocina y
tostaría un mollete. Lo cubriría con aceite, tomate y un poco de jamón ibérico en
trocitos muy menudos. Completaría su ritual del desayuno mientras presta
atención a las novedades que su teléfono trae de la mano a la mañana.
Se despediría, bajaría la escalera con el
bolso y la funda de la cámara colgados al hombro. Colocaría concienzudamente los
espejos retrovisores y solo hasta que considerara que su posición es la idónea
arrancaría el coche. Escucharía Radio 3, luego de un rato, cuando se perdiera
la señal elegiría uno de entre los recopilatorios y de aquél el tema que más le
gusta a un volumen moderado.
En la clínica la auxiliar la recibiría con
una conversación implorante, ella escucharía silenciosa y educada para luego
pasar al gabinete y empezar el día. Expondría a la madre de la mejor manera
posible el tratamiento para rehabilitar la sonrisa de su hijo, cambiaría las
gomas de los brackets de un adolescente, ajustaría una férula oclusal a una
señora con problemas de bruxomanía nocturna, recomendaría a un tipo de Huelva que
mantenga en todo momento la higiene de los retenedores, retiraría el expansor
del paladar a la cuñada de un primo lejano, convencería al pesado de turno que
su clase II esqueletal, normodivergente,
biprotrusa por fin ha sido corregida y que deje de buscarse más imperfecciones.
Respiraría hondo, se diría: por fin he acabado.
Conduciría de vuelta ya más tranquila, sujetando
con firmeza el volante, devolviendo al paisaje una atención insondable. Te
concentras al nivel de la caricia, te acomodas en el asiento del copiloto y la
observas sin decir nada. Observas en el cariz reservado de su rostro ese aura inaprensible
de misterio y delicadeza que contrasta con una fortaleza apenas insinuada. Contraste
que redobla su belleza. Piensas en la belleza, la belleza que se encuentra a
tan solo cuatrocientos veintiún kilómetros de distancia, a tres o cuatro horas
de reloj, piensas en la energía necesaria para concentrarte del modo en el que
puedas alcanzarla, piensas rápido antes de que amanezca y el mundo se despierte
en su griterío habitual.
2 comentarios:
Puf puf...canto sentimento acumulado entre as letras...
Parabens pelo post emocionante.
Gostei demais do seu estilo.
beijo
vera portella
Publicar un comentario