martes, 10 de julio de 2012

Cuatrocientos veintiún kilómetros

 

Haces pasar una a una las fotos por la pantalla del ordenador, cliqueando en cada carpeta, sobre cada imagen. Enero, febrero, marzo, Nueva York… Las fotos de los lunes, las de los martes, los miércoles, fotos a las siete y cuarto, al anochecer… Una a una.

Vas pasando las fotografías a la par de la nostalgia, apoderándote de su mismo tinte azulado, revistiendo el contorno con la carne y el hueso de la memoria. Te abruma, te levanta, te hace salir a la calle a las cuatro de la madrugada. 

Buscas en tu campo visual al portero del club de alterne que hay justo en la esquina, una vez le sostuviste tanto rato la mirada que pensaste que iba a hacer un gesto cualquiera como un saludo. Casi siempre que regresas del trabajo lo encuentras ahí parado, observando descuidadamente el trasiego de la calle, medio aburrido medio queriendo estar en cualquier otra parte. Ese rostro ya familiar hoy no está, tampoco es que te importe solo andas reclamando una manera de distraer tu mente.

Te concentras en el paseo, contemplas tus pies adelantándose uno sobre el otro sin que tú intervengas, automáticamente, decidiendo por sí mismos un camino hacia delante. Te dejas llevar, elevando un poco la respiración, tratando de mantener la acrobacia a la altura de tus pensamientos.  

Si pudieras concentrarte lo suficiente serías capaz de avanzar cuatrocientos veintiún kilómetros en un pestañeo, podrías saltarte tres o cuatro horas de reloj hasta que el sonido de la alarma del iphone la hiciera desperezarse en la cama. Ella dejaría que sonase una vez más y encendería la luz del cuarto. Arquearía la espalda, estiraría los brazos todavía sentada en la cama y frunciría lánguida el gesto.

Avanzaría hasta el armario, abriría las puertas llenas de pegatinas y sacaría un par de vestidos. Se decidiría por el verde de lunares blancos y un cinturón polivalente, dejaría el beige sobre las escaleras que conducen al altillo.

Después de la ducha completaría su ritual de cremas hidratantes con eficiencia. Dibujaría luego la línea del ojo para hacer la mirada más intensa, el rostro más hermoso. Ya vestida bajaría a la cocina y tostaría un mollete. Lo cubriría con aceite, tomate y un poco de jamón ibérico en trocitos muy menudos. Completaría su ritual del desayuno mientras presta atención a las novedades que su teléfono trae de la mano a la mañana.

Se despediría, bajaría la escalera con el bolso y la funda de la cámara colgados al hombro. Colocaría concienzudamente los espejos retrovisores y solo hasta que considerara que su posición es la idónea arrancaría el coche. Escucharía Radio 3, luego de un rato, cuando se perdiera la señal elegiría uno de entre los recopilatorios y de aquél el tema que más le gusta a un volumen moderado.

En la clínica la auxiliar la recibiría con una conversación implorante, ella escucharía silenciosa y educada para luego pasar al gabinete y empezar el día. Expondría a la madre de la mejor manera posible el tratamiento para rehabilitar la sonrisa de su hijo, cambiaría las gomas de los brackets de un adolescente, ajustaría una férula oclusal a una señora con problemas de bruxomanía nocturna, recomendaría a un tipo de Huelva que mantenga en todo momento la higiene de los retenedores, retiraría el expansor del paladar a la cuñada de un primo lejano, convencería al pesado de turno que su clase II esqueletal,  normodivergente, biprotrusa por fin ha sido corregida y que deje de buscarse más imperfecciones. Respiraría hondo, se diría: por fin he acabado.


Conduciría de vuelta ya más tranquila, sujetando con firmeza el volante, devolviendo al paisaje una atención insondable. Te concentras al nivel de la caricia, te acomodas en el asiento del copiloto y la observas sin decir nada. Observas en el cariz reservado de su rostro ese aura inaprensible de misterio y delicadeza que contrasta con una fortaleza apenas insinuada. Contraste que redobla su belleza. Piensas en la belleza, la belleza que se encuentra a tan solo cuatrocientos veintiún kilómetros de distancia, a tres o cuatro horas de reloj, piensas en la energía necesaria para concentrarte del modo en el que puedas alcanzarla, piensas rápido antes de que amanezca y el mundo se despierte en su griterío habitual.


2 comentarios:

Qcousas dijo...

Puf puf...canto sentimento acumulado entre as letras...

verinha dijo...

Parabens pelo post emocionante.
Gostei demais do seu estilo.
beijo
vera portella